Traición y guerra en el Cártel de Sinaloa: A un año de la captura de “El Mayo” Zambada

La caída de "El Mayo" Zambada por traición desata una guerra sin cuartel en el Cártel de Sinaloa, transformando México y revelando el colapso diplomático con EE. UU.

AL MOMENTO

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Durante más de cinco décadas, Ismael “El Mayo” Zambada García, figura mítica en el inframundo criminal, eludió la captura. Mientras socios como Joaquín “El Chapo” Guzmán caían, Zambada permaneció intocable, consolidándose como el “poder detrás del trono” del Cártel de Sinaloa. Todo cambió el 25 de julio de 2024: su detención en El Paso, Texas, junto a Joaquín Guzmán López, “El Güero”, desató un terremoto. Este evento no fue una victoria estatal, sino una traición explosiva que reconfiguró el crimen organizado en México, desatando una nueva era de conflicto.

Este informe sostiene que la captura de “El Mayo” Zambada fue una implosión interna del cártel, orquestada por la facción de “Los Chapitos” y facilitada por la inteligencia estadounidense. Este suceso redefine la “captura” como una “entrega”, exponiendo la decadencia de la vieja guardia, la ascensión de una nueva generación más violenta y la profunda desconfianza en la relación de seguridad entre México y Estados Unidos. La caída del fantasma es el prólogo de un capítulo más oscuro.

Anatomía de una entrega

La caída de un hombre que permaneció como un espectro durante medio siglo no fue producto del azar; fue el resultado de una operación de engaño sofisticada, diseñada para explotar sus debilidades personales y neutralizar sus legendarias fortalezas de seguridad. La cronología de los eventos del 25 de julio de 2024 revela una trama de traición ejecutada con precisión quirúrgica.

La cita final: cronología de una traición

A sus 76 años, Ismael Zambada padecía de diabetes y cáncer, lo que lo obligaba a buscar tratamiento médico con regularidad. Esta vulnerabilidad fue el pilar inicial del engaño. La narrativa que lo atrajo de su santuario en la sierra de Durango fue doble: la necesidad de atención médica urgente y la solicitud de mediar en una disputa política de alto nivel. Zambada, influyente corredor de poder político, fue convocado a una reunión para, supuestamente, arbitrar un conflicto que involucraba a Héctor Melesio Cuén, exrector universitario y diputado federal electo, con quien mantenía una larga relación. La combinación de una necesidad personal y un rol que había desempeñado durante años creó un pretexto lo suficientemente convincente para anular su proverbial cautela.

La reunión fue programada en la finca Huertos del Pedregal, una propiedad en un poblado cercano a Culiacán. La elección de un lugar aparentemente neutral y privado fue clave para desarmar las defensas de Zambada. Un hombre que había evitado la captura durante 50 años a través del perfil bajo y la paranoia extrema no sería atrapado con fuerza bruta, sino mediante la manipulación de la confianza.

Según el testimonio de uno de sus escoltas y una carta atribuida al propio Zambada, los eventos se desarrollaron como una trampa perfecta. Al llegar a la finca, Zambada fue conducido a una habitación oscura donde fue emboscado por hombres armados, quienes lo sometieron, ataron y cubrieron su rostro. Su equipo de seguridad personal, que había recibido la orden de esperar a distancia, solo sospechó al perder contacto prolongado. No hubo tiroteo; fue una entrega silenciosa y eficiente. La confirmación de la traición llegó al día siguiente, con las fotografías de Zambada bajo custodia estadounidense.

Una vez sometido, Zambada fue transportado en una camioneta a una pista de aterrizaje clandestina, a unos 35 kilómetros de Culiacán. Allí, fue obligado a abordar una avioneta Beechcraft King Air. A bordo, según su relato, su ahijado, Joaquín Guzmán López, lo amarró a uno de los asientos. La aeronave despegó sin plan de vuelo ante autoridades mexicanas y voló durante casi tres horas, cruzando sin ser interceptada el espacio aéreo de México y Estados Unidos. Aterrizó en un aeropuerto privado en Santa Teresa, Nuevo México, justo al otro lado de la frontera, donde agentes federales estadounidenses lo esperaban. La operación fue impecable en su ejecución, demostrando un nivel de coordinación que va más allá de una simple captura. El hecho de que un avión no autorizado pudiera penetrar el espacio aéreo estadounidense sin ser desafiado sugiere una coordinación previa, reforzando la tesis de una entrega negociada, no fortuita.

El beso de judas: las motivaciones de Joaquín Guzmán López

La traición orquestada por Joaquín Guzmán López no fue simple deslealtad, sino un movimiento estratégico multifacético, impulsado por una mezcla compleja de pragmatismo legal, venganza personal y ambición dinástica por redefinir el futuro del Cártel de Sinaloa. Para comprender la caída de “El Mayo”, es crucial analizar las fuerzas que motivaron a los herederos de “El Chapo” a romper el pacto más duradero del narcotráfico moderno.

El motor más inmediato fue un cálculo de supervivencia legal. Tanto Joaquín Guzmán López como su hermano Ovidio Guzmán López enfrentaban graves acusaciones en Estados Unidos y la perspectiva de cadena perpetua. Al entregar a Ismael Zambada —objetivo de altísimo valor para la DEA, con una recompensa de 15 millones de dólares—, “Los Chapitos” buscaban negociar un acuerdo favorable. Este acuerdo, según analistas, probablemente incluía sentencias reducidas, exclusión de cargos graves (como pena de muerte), y protección familiar. Entregar al patriarca era la ficha de negociación más valiosa.

Debajo del cálculo pragmático latía un profundo resentimiento familiar. La relación entre las familias Guzmán y Zambada, aunque forjada en décadas de sociedad, estaba envenenada por agravios pasados. El punto de quiebre fue el testimonio de Vicente Zambada Niebla, “El Vicentillo”, hijo de “El Mayo”, quien se convirtió en testigo clave en el juicio que condenó a “El Chapo” Guzmán a cadena perpetua. Para “Los Chapitos”, este acto fue una traición imperdonable que selló el destino de su padre.

Además, fuentes periodísticas señalan que Joaquín Guzmán López albergaba un rencor personal contra “El Mayo”, a quien culpaba por el asesinato de su hermano de sangre, Edgar Guzmán, en un tiroteo en Culiacán en 2008. En la cultura del narcotráfico, donde los lazos de sangre y la lealtad son códigos supremos, estas afrentas no se olvidan. La entrega de “El Mayo” fue un acto de retribución, una forma de saldar cuentas de sangre y honor pendientes por más de una década.

Finalmente, la traición fue un golpe de estado corporativo. “Los Chapitos” representan una nueva generación de narcotraficantes: más agresivos, ostentosos y centrados en el negocio del fentanilo, un producto sintético inmensamente lucrativo pero que atrae atención y presión sin precedentes. “El Mayo” Zambada, un capo de la vieja escuela, era conocido por su enfoque en drogas tradicionales como la cocaína y la heroína, y desconfiaba de la violencia y el escrutinio del fentanilo.

El Cártel de Sinaloa funcionó como una federación con dos centros de poder: los Zambada y los Guzmán. Mientras “El Mayo” siguiera en libertad, “Los Chapitos” nunca alcanzarían la hegemonía total. Su eliminación era una necesidad estratégica para desmantelar la influencia de la vieja guardia, tomar el control absoluto del aparato del cártel y reorientarlo hacia el modelo de negocio del fentanilo, más brutal y volátil. Algunas versiones sugieren que el plan fue concebido por el propio “El Chapo” desde su celda en la prisión de ADX Florence, comunicado a sus hijos a través de una carta con la orden implícita de secuestrar a su antiguo socio. La traición fue, en esencia, el fin violento de la sociedad y el nacimiento de una monarquía bajo la dinastía Guzmán.

La víctima política: el asesinato de Héctor Melesio Cuén

El asesinato de Héctor Melesio Cuén Ojeda, ocurrido el mismo día de la captura de “El Mayo”, no fue un crimen aislado ni una coincidencia trágica. Fue una pieza integral del complot, un acto que sirvió tanto para facilitar la emboscada como para exponer la profunda fusión entre el poder político y el crimen organizado en Sinaloa. Su muerte fue la sangre que selló la traición.

Héctor Melesio Cuén no era un político cualquiera. Como exrector de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) y diputado federal electo, era figura de enorme influencia en el estado. Era conocido en círculos de inteligencia y periodismo de investigación como un enlace clave y operador político para Ismael Zambada. Su capacidad para navegar los pasillos del poder le proporcionaba a la facción de “El Mayo” un valioso escudo de protección institucional. Fue precisamente esta confianza la que “Los Chapitos” explotaron. La presencia de Cuén en la supuesta reunión de mediación confirió legitimidad al señuelo, convenciendo a Zambada de que se trataba de un asunto político legítimo y no de una trampa mortal.

Según la versión de Zambada, Cuén fue asesinado en la misma finca de Huertos del Pedregal donde él fue secuestrado. Su muerte era una necesidad táctica para los conspiradores: como testigo del secuestro y figura poderosa, Cuén podría haber movilizado una respuesta inmediata contra “Los Chapitos”. Eliminarlo era decapitar la estructura de apoyo político de la facción Zambada en un solo movimiento.

Lo que siguió fue un torpe y revelador intento de encubrimiento. Horas después de los hechos, la Fiscalía General del Estado de Sinaloa anunció públicamente que Cuén había sido asesinado durante un intento de robo de su vehículo en una gasolinera de Culiacán. Esta narrativa oficial se desmoronó rápidamente. La versión era inverosímil y contradecía rumores circulantes. La presión fue tal que la Fiscalía General de la República (FGR) de México tuvo que intervenir. Días después, la FGR confirmó haber encontrado indicios hemáticos correspondientes a Cuén en la finca Huertos del Pedregal, lo que implicaba directamente a Joaquín Guzmán López en el homicidio y desmentía categóricamente la versión del robo.

El descarado intento de la fiscalía estatal de fabricar una escena del crimen alternativa fue tan evidente que provocó un escándalo nacional y la eventual renuncia de la fiscal de Sinaloa, Sara Bruna Quiñónez. Este episodio demostró la penetración del cártel en las altas esferas de la justicia estatal y sugirió una posible colusión de ciertos elementos del Gobierno de Sinaloa con la facción de “Los Chapitos”. La incapacidad o falta de voluntad de las autoridades locales para llevar a cabo una investigación creíble obligó a una intervención federal que, a su vez, expuso profundas fisuras y la corrupción dentro del aparato de seguridad y justicia de México. El asesinato de Cuén no solo eliminó a un adversario, sino que también iluminó la oscuridad en la que operan conjuntamente el poder criminal y el poder político.

El cártel en guerra consigo mismo

La caída de Ismael Zambada no unificó al Cártel de Sinaloa bajo un nuevo liderazgo; por el contrario, lo partió en dos. La traición formalizó una fractura que se venía gestando durante años, desatando una guerra abierta entre dos facciones que representan no solo a dos familias, sino a dos filosofías criminales distintas. El conflicto por la herencia de Sinaloa es una batalla entre la vieja guardia y la nueva sangre.

Los herederos de Sinaloa: “La Mayiza” vs. “Los Chapitos”

La Mayiza: La vieja guardia

  • Liderazgo: Tras la captura de su padre, el mando de esta facción recayó en Ismael Zambada Sicairos, “El Mayito Flaco”. Nacido en 1982, es el único de los hijos varones de “El Mayo” que nunca ha sido capturado, manteniendo un perfil notablemente bajo, similar al de su padre. Se le describe como más discreto y menos propenso a la ostentación que sus rivales, encarnando la filosofía de cautela de la vieja escuela.
  • Operadores clave: La estructura de “La Mayiza” se apoya en operadores veteranos y leales a la familia Zambada. Entre ellos destacan figuras como Alfonso Limón Sánchez, “Poncho Limón”, y Juan José Ponce Félix, “El R”, hombres con profundas raíces en la organización.
  • Alianzas estratégicas: Para contrarrestar la fuerza de sus adversarios, “La Mayiza” ha buscado alianzas con grupos que comparten una enemistad histórica con los Guzmán. Se informa que han forjado pactos con remanentes de la organización de los Beltrán Leyva y con la facción liderada por Fausto Isidro Meza Flores, “El Chapo Isidro”, consolidando un bloque de “anti-chapitos” dentro del ecosistema criminal de Sinaloa.

Los Chapitos: La nueva sangre

  • Liderazgo: Esta facción está encabezada por los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán. El liderazgo operativo en el terreno recae en los hermanos mayores, Iván Archivaldo Guzmán Salazar, “El Chapito”, y Jesús Alfredo Guzmán Salazar, “Alfredito”, conocidos por su estilo de vida extravagante y su inclinación por la violencia. Sus medio hermanos, Ovidio y Joaquín Guzmán López, aunque se encuentran bajo custodia estadounidense, siguen siendo figuras influyentes y piezas clave en las negociaciones y la estrategia del grupo.
  • Operadores clave: Su brazo armado está compuesto por un cuadro de comandantes y sicarios más jóvenes y despiadados, como Óscar Noé Medina González, “El Panu”, y Néstor Isidro Pérez Salas, “El Nini” (capturado en noviembre de 2023). Sin embargo, la guerra interna y la presión de las autoridades han provocado la caída de varios de sus jefes de seguridad y operadores financieros.
  • Alianzas estratégicas: En un movimiento que redefine el mapa criminal de México, “Los Chapitos” han establecido una alianza táctica con su principal rival a nivel nacional: el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Este pacto, aunque probablemente inestable y basado en la conveniencia, les proporciona el músculo y los recursos necesarios para librar la guerra contra “La Mayiza”, a costa de ceder influencia y territorio a su competidor más peligroso.

Este enfrentamiento es más que una simple disputa por el poder; es un choque ideológico. “La Mayiza” representa el modelo de negocio tradicional del Cártel de Sinaloa: una especie de “pax mafiosa” mantenida a través de la corrupción sistémica, alianzas estratégicas y el uso de la violencia de forma selectiva y contenida, con un enfoque en el control de la logística y las cadenas de suministro de drogas tradicionales. Por el contrario, “Los Chapitos” encarnan un modelo de terrorismo criminal. Su poder se basa en la violencia espectacular, como se vio en el “Culiacanazo”, y su negocio se centra en productos de alto riesgo y alta rentabilidad como el fentanilo, que exige una lógica de mercado más brutal y menos sutil. Sus alianzas reflejan esta divergencia: mientras “La Mayiza” se alía con grupos sinaloenses tradicionales, “Los Chapitos” se asocian con el CJNG, el epítome del nuevo cartel mexicano hiperviolento. Es una batalla entre el viejo orden criminal y el nuevo.

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El infierno sinaloense: cronología de una guerra sin cuartel

La traición y captura de “El Mayo” Zambada no fue el fin de la violencia, sino el pistoletazo de salida para una guerra civil dentro del cártel que ha sumido a Sinaloa en su peor espiral de violencia en años. La lucha por el control del imperio criminal ha dejado un rastro de muerte y desolación que ha afectado a todos los niveles de la sociedad.

Aunque las tensiones eran altas desde la captura en julio, la guerra abierta estalló formalmente el 9 de septiembre de 2024. Ese día, una serie de violentos enfrentamientos armados en zonas urbanas de Culiacán marcó el colapso definitivo de cualquier tregua o acuerdo que pudiera haber existido entre las facciones. Las calles de la capital sinaloense se convirtieron en el primer campo de batalla de un conflicto que no ha hecho más que escalar.

En los meses siguientes, Sinaloa se transformó en el estado más violento de México. Para julio de 2025, a un año de la caída de Zambada, las cifras del conflicto pintaban un cuadro desolador, según datos de autoridades y organizaciones no gubernamentales:

  • Homicidios: Se han registrado entre 1,200 y 1,600 asesinatos directamente relacionados con la pugna, con meses en los que la tasa de homicidios casi se duplicó en comparación con el año anterior. En total anual, el periodo post-captura (agosto 2024 – julio 2025) registra entre 2,800 y 3,400 homicidios dolosos (un promedio mensual cercano a 300), lo que representa un aumento de entre el 73% y el 110% comparado con los 1,620 (promedio mensual de 135) del periodo pre-captura (agosto 2023 – julio 2024).
  • Desapariciones forzadas: La desaparición se ha convertido en un arma de guerra. Al menos entre 1,400 y 1,800 personas han sido desaparecidas forzosamente, un aumento de más del 200% según la Red Lupa, una coalición de ONGs.
  • Desplazamiento forzado: La violencia en las zonas rurales, especialmente en el sur del estado, ha obligado a entre 200 y 3,000 familias a abandonar sus hogares, convirtiéndose en desplazados internos.
  • Epicentro del conflicto: Aunque la guerra se ha extendido a otras regiones, Culiacán sigue siendo el epicentro. La ciudad vive en un estado de sitio virtual, con enfrentamientos, secuestros y ejecuciones convirtiéndose en parte de la vida cotidiana.

La percepción de inseguridad en Culiacán pasó de un 44.7% en junio de 2024 a un alarmante 90.8% en junio de 2025, lo que marca un aumento del 103%.

Estos datos demuestran de manera inequívoca que la eliminación del líder principal, lejos de desmantelar la organización o reducir la violencia, actuó como un catalizador que sumió a la región en una crisis humanitaria y de seguridad sin precedentes.

El fin de los viejos códigos

La guerra que actualmente consume a Sinaloa no es simplemente otra disputa territorial. Representa una ruptura generacional y filosófica con el pasado, caracterizada por el abandono deliberado de los “códigos” no escritos que, hasta cierto punto, regían la violencia en el mundo del narcotráfico mexicano. Este nuevo conflicto es más cruel, más indiscriminado y fundamentalmente más terrorífico.

Analistas, periodistas y los propios habitantes de Sinaloa describen el conflicto actual como una “guerra sin códigos”. Las disputas internas anteriores, como la sangrienta guerra de 2008 entre el Cártel de Sinaloa y la facción de los Beltrán Leyva, fueron increíblemente violentas, pero a menudo sus efectos más brutales se contenían dentro del propio mundo criminal. Existía una línea, aunque borrosa, entre combatientes y civiles. La guerra actual, impulsada por la facción de “Los Chapitos”, ha borrado esa línea, atacando sistemáticamente a la sociedad civil para lograr sus objetivos.

En este nuevo paradigma, la violencia no es solo un medio para un fin, sino un mensaje en sí mismo. Las tácticas empleadas van más allá de la eliminación de rivales; están diseñadas para la comunicación a través del terror. El uso de secuestros masivos, decapitaciones, el desmembramiento de cuerpos y la exhibición de cadáveres colgados en puentes y vías públicas no son actos de violencia instrumental, sino de violencia performativa. Cada acto de barbarie es una declaración de poder, una campaña de guerra psicológica destinada a aterrorizar tanto a la facción rival como a la población en general, dejando claro que ha llegado una nueva autoridad que no se rige por ninguna regla.

Durante décadas, el Cártel de Sinaloa, bajo el liderazgo pragmático de “El Mayo” Zambada, mantuvo una forma de gobernanza criminal en sus territorios. Esta “pax mafiosa” implicaba la prohibición estricta de delitos de bajo nivel como el robo, el secuestro extorsivo y la extorsión contra la población local y los comercios. Quienes violaban estas reglas eran castigados severamente por el propio cártel. Este sistema, aunque ilícito y violento, proporcionaba una apariencia de orden y previsibilidad para la vida diaria de muchos sinaloenses.

La guerra desatada por “Los Chapitos” ha hecho añicos este orden. La violencia indiscriminada ha destruido la estabilidad que el viejo cártel imponía. La vida cotidiana se ha vuelto insoportable e impredecible, con los ciudadanos atrapados entre los fuegos cruzados de las facciones en guerra. El objetivo de la nueva violencia no es solo ganar una guerra, sino aterrorizar a toda la sociedad para someterla. Este cambio representa una evolución peligrosa en la estrategia de los cárteles, pasando de un modelo de crimen organizado a uno de terrorismo criminal, donde el control social se logra no a través de la cooptación y el orden, sino a través del miedo absoluto.

Las ondas expansivas nacionales e internacionales

La captura de Ismael “El Mayo” Zambada no solo desató una guerra interna en el Cártel de Sinaloa; también provocó una grave crisis diplomática que expuso la profunda y corrosiva desconfianza entre los gobiernos de México y Estados Unidos. La naturaleza unilateral de la operación reveló que la cooperación en materia de seguridad, un pilar de la relación bilateral durante décadas, se había convertido en una ficción.

Una crisis de soberanía: el colapso diplomático entre México y Estados Unidos

El gobierno mexicano fue relegado al papel de un espectador impotente. Tanto la administración saliente de Andrés Manuel López Obrador como la entrante de Claudia Sheinbaum fueron completamente marginadas de la operación. Las autoridades mexicanas se enteraron de la captura de uno de los criminales más buscados del mundo no a través de canales de inteligencia compartida, sino mediante una llamada telefónica de la Embajada de Estados Unidos horas después de que Zambada ya estuviera en suelo estadounidense.

En los días y meses siguientes, el gobierno mexicano emitió repetidas y cada vez más frustradas solicitudes de un informe detallado sobre cómo se desarrolló la operación. Estas peticiones han sido, en gran medida, ignoradas por Washington, colocando a la presidencia mexicana en una posición de humillación pública y subrayando su falta de influencia real en los asuntos de seguridad que ocurren dentro de sus propias fronteras. La Fiscalía General de la República (FGR) de México intentó salvar la cara iniciando una investigación por “traición a la patria” contra Joaquín Guzmán López, un gesto simbólico pero en última instancia ineficaz para restaurar la soberanía vulnerada.

La decisión de Estados Unidos de actuar de forma unilateral no fue casual. Una fuente vinculada a la operación del FBI declaró que las agencias estadounidenses excluyeron deliberadamente a sus homólogos mexicanos debido a una desconfianza arraigada y a información creíble que sugería la existencia de vínculos de alto nivel entre funcionarios del gobierno mexicano y el Cártel de Sinaloa. En una irónica y reveladora inversión de roles, el gobierno de Estados Unidos consideró más fiable y seguro colaborar con una facción del cártel que con el propio Estado mexicano.

A pesar de los hechos, el discurso público intentó mantener las apariencias. El embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, insistió públicamente en que la cooperación en seguridad se mantenía “muy bien”. Sin embargo, la versión oficial estadounidense —que Zambada y Guzmán López simplemente aparecieron en un aeropuerto de Nuevo México sin previo aviso, como si se tratara de un suceso fortuito— es considerada por la mayoría de los analistas como una ficción diplomática insostenible. Esta narrativa inverosímil sirve para encubrir una operación encubierta que violó la soberanía mexicana y demostró un desprecio total por los protocolos de cooperación bilateral.

La captura de “El Mayo” Zambada, por lo tanto, representa el colapso de facto de la alianza de seguridad entre México y Estados Unidos. Las acciones de Washington demostraron que ve al Estado mexicano no como un socio fiable, sino como una entidad comprometida y, en partes, infiltrada por el mismo crimen organizado que se supone debe combatir. Este evento ha infligido un daño profundo a la soberanía mexicana y ha envenenado las perspectivas de cualquier cooperación genuina en el futuro, estableciendo un precedente peligroso en el que Estados Unidos se siente legitimado para negociar directamente con actores criminales en territorio mexicano.

El asedio de Culiacán: el colapso social y económico

La guerra desatada por la caída de “El Mayo” ha tenido consecuencias devastadoras que van más allá de los enfrentamientos entre sicarios. Para la población civil de Sinaloa, el conflicto ha significado el colapso de la vida cotidiana, la ruina económica y la desintegración del tejido social. La lucha por el trono del cártel ha convertido el estado en un territorio sitiado.

La vida diaria en ciudades como Culiacán se ha transformado en una lucha por la supervivencia. Los residentes describen un ambiente de terror constante, donde se han impuesto toques de queda no oficiales por miedo a quedar atrapados en un fuego cruzado, ser víctimas de secuestros o de las llamadas “levantones”. La percepción de inseguridad en la capital del estado se ha más que duplicado, alcanzando un alarmante 90.8% en junio de 2025, en comparación con el 44.7% del año anterior. La gente vive encerrada, con miedo de salir, y la presencia de más fuerzas militares y policiales, lejos de calmar la situación, a menudo parece exacerbar la violencia.

La violencia ha paralizado la economía regional. El miedo ha vaciado las calles, especialmente por la noche, lo que ha llevado al cierre de cientos de negocios y a la pérdida de miles de empleos. El impacto económico es tangible y se puede cuantificar en varios indicadores clave:

  • Pérdida económica total estimada: Más de 18,000 millones de pesos mexicanos.
  • Pérdida de empleos formales: Entre 15,700 y 25,000.
  • Cierre de negocios: Entre 80 y 180 empresas cerradas permanentemente.
  • Sectores más afectados: Restaurantes, vida nocturna, turismo, comercio minorista.
  • Impacto en la educación: Al menos 30 días de clases suspendidas.

Te puede interesar:Ismael Zambada: A un año de la caída del El tejido social de Sinaloa se está desgarrando. El sistema educativo ha sido gravemente afectado, con la suspensión de clases equivalente al 15% del ciclo escolar, privando a una generación de su derecho a la educación en un entorno seguro. La vida cultural y social se ha detenido; grandes conciertos de artistas nacionales e internacionales han sido cancelados, y eventos deportivos, como los partidos del equipo de fútbol local, los Dorados de Sinaloa, han tenido que ser reubicados. La crisis no es solo de seguridad, sino también psicológica. La población vive en un estado de hartazgo y agotamiento, atrapada en una guerra que no es suya pero cuyas consecuencias paga a diario. La violencia constante y la falta de oportunidades económicas también empujan a los jóvenes hacia la “vía fácil” del crimen, perpetuando el ciclo de violencia.

Las hienas en el festín: la expansión del CJNG

En el complejo ecosistema del crimen organizado, el caos de un grupo es la oportunidad de otro. La guerra civil que consume al Cártel de Sinaloa ha creado un vacío de poder estratégico que su principal rival, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), está explotando con una agresividad implacable. La caída de “El Mayo” ha abierto las puertas para la expansión del que muchos consideran el cártel más peligroso de México.

Con el Cártel de Sinaloa enfocado en su autodestrucción, existe un consenso casi unánime entre los analistas de seguridad: el CJNG, liderado por el escurridizo Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, es el principal beneficiario estratégico de la caída de Zambada. Mientras sus rivales históricos se desangran en una lucha fratricida, el CJNG ha quedado en una posición ideal para consolidar su poder y expandir su influencia a nivel nacional.

El CJNG no ha perdido tiempo en capitalizar la debilidad de su adversario. Se han recibido informes de que la organización jalisciense está avanzando para tomar el control de territorios y rutas de trasiego de drogas que antes eran dominio exclusivo del Cártel de Sinaloa, apuntando especialmente a las plazas controladas por la ahora debilitada facción de “La Mayiza”. Esta expansión no se limita a zonas periféricas; la guerra interna ha permitido al CJNG penetrar en áreas que antes le eran inaccesibles.

El desarrollo más significativo y alarmante es la alianza táctica formada entre “Los Chapitos” y el CJNG. Para “Los Chapitos”, este pacto es una medida desesperada de supervivencia, proporcionándoles la fuerza de choque necesaria para enfrentar a “La Mayiza”. Sin embargo, para el CJNG, la alianza es una oportunidad estratégica de oro. Le otorga un acceso sin precedentes a la infraestructura, las redes de corrupción y los territorios centrales del Cártel de Sinaloa. En esencia, “Los Chapitos” han invitado al zorro a entrar en el gallinero para que les ayude a luchar contra otro gallo.

Este escenario presenta una paradoja trágica. La operación facilitada por Estados Unidos para eliminar a “El Mayo” Zambada, un objetivo prioritario durante décadas, ha tenido el efecto perverso e involuntario de fortalecer al CJNG. La estrategia de “descabezamiento” (kingpin strategy), lejos de reducir la amenaza general del crimen organizado, simplemente ha provocado una transferencia de poder. Ha debilitado a una organización tradicional y federada, aunque violenta, para empoderar a otra más centralizada, expansionista y conocida por su brutalidad extrema. El intento de matar a un monstruo puede haber creado uno mucho más grande y formidable.

El reino fracturado y el futuro de la guerra contra las drogas en México

La caída de Ismael “El Mayo” Zambada el 25 de julio de 2024 no fue el golpe de gracia que puso fin a una era del narcotráfico, sino el evento cataclísmico que marcó el comienzo de una nueva etapa, mucho más caótica, violenta y compleja. El análisis de los eventos y sus consecuencias revela que la captura del patriarca no fue una victoria para el estado de derecho, sino una victoria pírrica que ha sumido a una región entera en el caos y ha planteado desafíos existenciales para el Estado mexicano.

Una vez más, la “kingpin strategy” o estrategia de descabezamiento ha demostrado ser una doctrina fallida. La eliminación de un líder de alto perfil, lejos de desmantelar la organización, actuó como un detonante que liberó fuerzas centrífugas largamente contenidas. El resultado no fue la paz, sino una guerra de sucesión de una ferocidad sin precedentes, demostrando que estas estructuras criminales son resilientes y que la violencia es un síntoma de un sistema, no solo la acción de un individuo. La captura de Zambada no resolvió un problema; lo multiplicó.

El Cártel de Sinaloa, tal como se conoció durante décadas —una federación relativamente estable que funcionaba bajo el duopolio de poder de las familias Zambada y Guzmán—, ha dejado de existir. El futuro inmediato es uno de fragmentación continua y una guerra de desgaste sangrienta que, según advierten los expertos, podría prolongarse durante una década o más, dejando cicatrices profundas en la sociedad. A largo plazo, el escenario más preocupante es la posible absorción de los restos del Cártel de Sinaloa por parte de un Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) fortalecido, lo que podría dar lugar a un “súper cártel” con un poder y un alcance aún mayores.

La caída de la vieja guardia ha dado paso a un panorama de caos “post-cártel”. Este nuevo entorno se define por facciones más pequeñas y depredadoras, el abandono total de los códigos de conducta y un modelo de violencia que se asemeja más al terrorismo que al crimen organizado tradicional. Este es el desafío que ha heredado la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum: una crisis diplomática con su socio más importante, un desastre humanitario en uno de sus estados clave y un Estado dentro del Estado que está en guerra consigo mismo. La captura del fantasma no cerró un libro; abrió una caja de Pandora. El fin de la era de “El Mayo” Zambada no trajo consigo el fin de la guerra, sino la guerra por otros medios, más brutales y sin un final a la vista.

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