Una declaración que podría derrumbar el caso
El 8 de febrero de 2006, Juana Hilda González Lomelí confesó haber participado en el presunto secuestro y asesinato de Hugo Alberto Wallace. Pero casi dos décadas después, nuevas evidencias indican que esa confesión fue inducida bajo tortura, sin presencia legal y posiblemente drogada. Ahora, el caso Wallace, uno de los más emblemáticos y mediáticos en la historia reciente de México, podría estar cimentado sobre una farsa judicial.
El caso Wallace: un montaje bajo escrutinio
¿Qué ocurrió realmente el 11 de julio de 2005?
El nombre de Isabel Miranda de Wallace se convirtió en sinónimo de lucha contra el secuestro. Su hijo, Hugo Alberto Wallace Miranda, fue reportado como desaparecido ese día. Meses más tarde, su madre presentó una supuesta investigación propia que derivó en la detención de varias personas.
Entre los acusados estaban:
- Brenda Quevedo
- Jacobo Tagle Dobín
- César Freyre
- Albert y Tony Castillo
- Juana Hilda González Lomelí
Según el relato oficial, Wallace fue asesinado en el departamento de Perugino 6, en Insurgentes Mixcoac, donde fue torturado y descuartizado.
Pero con el tiempo, los cuestionamientos crecieron.
La confesión de Juana Hilda: un testimonio bajo sombra
El testimonio de Juana Hilda fue central para sostener la narrativa del crimen. En él, la joven declaró haber acompañado a Wallace al cine y luego a su departamento, donde cinco hombres lo habrían atacado hasta provocarle un paro cardiaco. Luego, el cuerpo habría sido cortado con un serrucho comprado de madrugada.
Una historia que hoy muchos describen como inverosímil, incoherente y manipulada.
Audiencias judiciales: entre contradicciones, edición y presión
El peso de una grabación cuestionada
En las audiencias, la abogada defensora Ámbar Treviño desmontó punto por punto la validez de la confesión grabada:
- El video tiene cortes de edición evidentes
- Hay momentos de estática en el audio, reemplazados por subtítulos
- La abogada de oficio no estaba presente durante la grabación
- Las respuestas de Juana Hilda parecen inducidas por el interrogador
- Se detectaron incoherencias en el relato, como errores sobre fechas, nombres y lugares
“Ese video no sirve para una chingada”, estalló Treviño, antes de ser reprendida por el juez Mejía Ojeda.
¿Dónde estaba la defensora de oficio?
La defensa demostró que Dolores Vera Murcia, abogada asignada a Juana Hilda, estaba en otra sala atendiendo a familiares de César Freyre al mismo tiempo en que se grababa la confesión.
“Sin abogado presente, ninguna confesión puede ser válida”, argumentó Treviño.
Esto no solo invalida la declaración, sino que podría evidenciar una violación al debido proceso que afectaría a todos los imputados.
Indicios de tortura, drogas y manipulación
¿Fue drogada Juana Hilda durante el interrogatorio?
La defensa también planteó que Juana Hilda pudo haber sido sedada sin su conocimiento, lo que explicaría su tono indiferente al describir eventos violentos.
No hay análisis toxicológicos que lo comprueben, porque la acusada no fue trasladada al hospital tras un accidente vehicular ocurrido justo después de su confesión.
“De haberla llevado, los exámenes habrían revelado lo que no debía saberse”, sugirió la defensa.
Una historia demasiado parecida a una película
Otro dato revelador fue la semejanza del relato con la trama de “La ventana indiscreta” de Alfred Hitchcock: un asesinato visto desde una ventana, cuerpo desmembrado, y un asesino que intenta silenciar al testigo.
“La confesión parece un guion cinematográfico, no un testimonio real”, acusó Treviño.
Impacto mediático: justicia a través de YouTube
El video que condenó antes de que hablara un juez
Uno de los puntos más controversiales es que Isabel Miranda de Wallace subió la grabación de la confesión a YouTube, en plena fase judicial.
Esto vulneró el principio de presunción de inocencia, al exponer a Juana Hilda ante la opinión pública como una criminal confesa, fuera de contexto, y sin posibilidad de réplica.
“El video convirtió el caso en una telenovela donde ya estaba escrito quién era el villano”, dijo la abogada.
El papel de Isabel Miranda: ¿víctima o arquitecta de un montaje?
Activismo, premios y dudas
Isabel Miranda fue reconocida por el gobierno federal como activista ejemplar. Recibió premios, fue candidata al gobierno del DF y presidió la organización “Alto al Secuestro”.
Pero múltiples voces han denunciado que su papel en el caso no fue solo de madre dolida, sino de protagonista en la fabricación de pruebas, en complicidad con autoridades.
Entre ellas:
- Periodistas de investigación
- Organismos de derechos humanos
- Defensores de los acusados
- Exfuncionarios del sistema penitenciario
Juana Hilda: entre la vulnerabilidad y la revictimización
La historia que no se contó
Juana Hilda era una joven bailarina, sin antecedentes penales, que cayó en manos de un sistema que la necesitaba culpable para validar una narrativa.
Según su testimonio, fue torturada física y sexualmente, forzada a firmar documentos que no entendía y expuesta a un juicio paralelo en medios.
“Me mostraron carteles con lo que debía decir”, declaró.
Las miradas fijas hacia un punto detrás del monitor, los errores en la narración, las pausas ilógicas y la falta de abogado parecen darle la razón.
El caso Wallace bajo revisión: ¿una farsa de Estado?
¿Es posible revertir una condena pública?
Con la publicación del libro Fabricación de Ricardo Raphael, el caso Wallace ha sido objeto de nuevas investigaciones y cuestionamientos.
El texto muestra que el proceso está plagado de irregularidades legales, violaciones de derechos humanos y montaje mediático.
“Si se elimina la confesión de Juana Hilda, todo el caso se derrumba”, reconoce la defensa.
Y esa confesión, a la luz de las pruebas, carece de toda legitimidad jurídica.
¿Es posible rehacer la justicia cuando el daño ya está hecho?
El caso Wallace ha sido un espejo oscuro del sistema penal mexicano. Lo que comenzó como la búsqueda legítima de justicia por una madre, hoy es señalado como un montaje que arruinó vidas, derechos y verdades.
La historia de Juana Hilda González Lomelí no es solo la de una mujer acusada. Es la de un Estado que puede usar la ley como arma, los medios como tribunal y la tortura como guion.
¿Tendrá el sistema judicial el valor de aceptar que construyó un caso emblemático sobre una confesión inválida?