Comida chatarra en escuelas: alumnos de primaria desafían la prohibición y crean redes de venta clandestina dentro y fuera del aula.
Una mochila abultada y una sopa maruchan: Así empezó el dilema
Recreo. Tercer grado. Alejandro abre su lonchera como si fuera un puesto ambulante. No es el único. En plena primaria de la CDMX, los niños han convertido las aulas en mercados improvisados para seguir consumiendo lo que el gobierno quiere prohibir: la comida chatarra.
La ley dice no, pero los alumnos dicen “sí hay”
Una red informal que nació del antojo
Desde marzo de 2025, las escuelas mexicanas tienen prohibido vender papitas, refrescos y ultraprocesados. La medida impulsada por Claudia Sheinbaum busca combatir enfermedades crónicas desde la infancia.
Pero en la práctica, los recreos se han llenado de creatividad ilegal:
- Alejandro vende gomitas, Cheetos y papas.
- Ana prepara sopas instantáneas con un termo gigante.
- Felipe reparte jugos y dulces.
Todos ellos usan sus mochilas como puntos de venta móviles. La cooperativa escolar ya no compite. Solo tiene fruta y agua y nadie compra.
“Nada está bueno”, dicen los estudiantes.
¿Dónde está la autoridad escolar?
Las maestras están al tanto. Pero no pueden revisar mochilas ni confiscar alimentos. Patricia, docente en la primaria, confirma que los alumnos llegan con loncheras más pesadas y mochilas sospechosas.
Y aunque intentan explicarles los riesgos de lo ultraprocesado, los niños escuchan con indiferencia o simplemente se alejan.
Comer sano cuesta más, dicen los papás
¿Salud o bolsillo? El dilema de las familias
Aunque las autoridades insisten en que la alimentación saludable es accesible, los padres no están convencidos. Paulina, madre de Alejandro, dice que los precios suben cada semana:
- Aguacate: 90 pesos/kg
- Uvas: 90 pesos/kg
- Ciruela: 70 pesos/kg
- Durazno: hasta 100 pesos/kg
“Cambiar el desayuno cuesta más. Una maruchan vale 15 pesos”, argumentan.
Según el INEGI, la inflación bajó en marzo. El Índice Nacional de Precios al Consumidor reportó una tasa anual de 3.67%.
Pero las percepciones no cambian: para las familias, comer saludable sigue siendo caro.
Del puesto escolar al “microemprendimiento” infantil
La caída de las ventas legales
Doña Leti, encargada de la cooperativa, cambió el menú a pepino, piña y jícama. Pero sus ingresos se desplomaron. En el patio, los niños solo buscan lo que está prohibido.
Afuera, los vendedores ambulantes también resienten la crisis. Rafael, que antes vendía refrescos y frituras, ahora solo ofrece tacos dorados y fruta. Pero la demanda no volvió.
“Nos dicen que se les antojan las papas, pero no podemos venderlas”.
¿Qué tan efectiva es la prohibición?
Una norma sin controles claros
La medida fue anunciada cinco meses antes de entrar en vigor. Pero no vino acompañada de inspecciones, sanciones o vigilancia. Todo recae en las escuelas y en la buena voluntad de los padres.
Los estudiantes, mientras tanto, han desarrollado habilidades de negociación, logística y venta. Algunos ya hablan de “ahorrar para comprar más productos”.
¿Educación nutricional o castigo invisible?
Los niños encontraron la forma de seguir comiendo lo que les gusta. Lo que antes compraban en la tiendita ahora lo llevan escondido. La prohibición no redujo el consumo. Solo lo volvió clandestino.
La pregunta es: ¿sirve una ley si nadie la cumple? ¿O estamos desaprovechando una oportunidad para educar desde el diálogo y no desde la prohibición?