Autismo: la otra cara del 2 de abril que nadie quiere ver

Autismo: detrás del 2 de abril hay violencia, soledad y derechos vulnerados. Un análisis urgente sobre la deuda estructural con las infancias neurodivergentes.

AL MOMENTO

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Cada 2 de abril el mundo se tiñe de azul. Pero mientras la conciencia crece, también lo hace el silencio sobre las violencias que enfrentan quienes viven con autismo.

Más allá del color azul: ¿qué se oculta tras la visibilidad?

La palabra autismo cada vez aparece más en medios, redes y campañas públicas. Hay avances en representación, sí.

Pero la realidad cotidiana de muchas personas dentro del espectro sigue marcada por el abandono estructural, la precarización de apoyos y una mirada social parcial que oscila entre la compasión y el rechazo.

El problema no es la visibilización, sino su falta de profundidad. Porque no alcanza con iluminar edificios o repetir frases vacías. La inclusión real exige acciones concretas y sostenidas.

Visibilidad sin comprensión: ¿una nueva forma de silenciamiento?

Las campañas masivas tienden a simplificar. Se habla de “personas especiales”, de “miradas diferentes”, de “genialidades ocultas”. Pero esa romantización invisibiliza la parte más dura: el dolor, el sufrimiento sensorial, la incomunicación, la autoagresión, el abandono institucional.

La visibilidad sin contexto puede distorsionar, trivializar y hasta banalizar la experiencia de vivir con TEA.

Las violencias invisibles: bullying, exclusión y diagnóstico tardío

Una de las grandes deudas sociales con las infancias autistas es la de reconocer las múltiples violencias cotidianas que enfrentan.

Bullying sistemático: una epidemia silenciosa en las escuelas

El dato es brutal: 8 de cada 10 niños con TEA han sufrido acoso escolar. A veces es físico, otras psicológico, pero casi siempre constante. Las consecuencias son devastadoras: retraimiento, ansiedad, fobia escolar, pensamientos autolesivos.

Y no es solo por la falta de inclusión, sino por la ausencia de formación docente en neurodiversidad. La escuela que no sabe cómo incluir, expulsa.

Diagnóstico tardío: una carrera contra el tiempo

Muchos niños no reciben diagnóstico hasta los 6, 7 u 8 años, cuando ya han acumulado años de malentendidos, etiquetas injustas y exclusión.

¿Por qué? Porque falta formación en pediatría, porque se minimizan señales tempranas, porque se medicaliza sin evaluar con profundidad. Y cuando el diagnóstico llega, muchas veces no hay apoyos adecuados disponibles.

Las familias que cuidan: amor, miedo y agotamiento

El recorrido de una familia ante un diagnóstico de TEA suele ser solitario y desgastante. La maternidad o paternidad se transforma en una lucha diaria por acceder a derechos básicos: terapias, acompañamientos, educación, inclusión.

Madres al frente: cuidadoras sin descanso

En la mayoría de los casos, son las madres quienes dejan de trabajar, reorganizan sus vidas, se enfrentan a un sistema que judicializa derechos y medicaliza sufrimientos.

Muchas desarrollan síntomas de estrés crónico, depresión o síndrome del cuidador quemado.

¿Y cuando no estemos? La pregunta que atraviesa todo

Uno de los temores más profundos es el del futuro: ¿qué pasará con mi hijo o hija cuando yo no esté?

El Estado no garantiza programas de vida autónoma, viviendas supervisadas ni acompañamiento en la adultez. Esto genera una angustia constante y una carga emocional imposible de dimensionar.

Brechas que duelen: cuando la interseccionalidad se vuelve exclusión

No todas las infancias en el espectro están igualmente acompañadas. Clase, geografía, acceso a salud y educación definen realidades muy distintas.

El autismo en zonas sin recursos

En zonas rurales o marginales, los diagnósticos tardan más. Hay menos profesionales capacitados, menos centros especializados, menos redes de apoyo.

El resultado: niños que nunca son diagnosticados o que llegan a la adolescencia sin haber recibido un solo acompañamiento adecuado.

Historia y evolución del concepto: del vacío a la subjetividad

Desde Leo Kanner en 1943 hasta hoy, el campo del autismo ha recorrido un largo camino. Pero no sin tropiezos.

De Kanner a Bettelheim: teorías que marcaron una época

Bettelheim, con su libro La fortaleza vacía, instaló una visión emocional del autismo que hoy sabemos errada, pero que abrió debates necesarios. Su mirada de los niños como atrapados en un mundo sin puentes ayudó a pensar el sufrimiento más allá de la conducta.

Hoy sabemos más, pero no siempre se aplica

Hoy comprendemos que el entorno puede ser hostil y discapacitante. El autismo no implica ausencia de emociones, sino formas distintas de procesar el mundo. Pero muchos entornos siguen sin estar preparados para escuchar sin juzgar.

Consecuencias psicológicas y sociales del abandono

El abandono no es solo económico. También es emocional, simbólico y estructural. Y deja marcas profundas.

Impacto en la salud mental familiar

Diversos estudios en América Latina muestran que las familias de personas con TEA tienen tasas elevadas de ansiedad y depresión, muchas veces por la falta de apoyos concretos.

Los hermanos y hermanas también cargan con esta presión. Asumen roles adultos demasiado pronto, y crecen con la idea de que su vida estará atravesada por el cuidado de otro.

El adulto autista: el gran olvidado del sistema

Mientras crecen, los niños autistas se convierten en adultos invisibles. El sistema educativo termina y no hay políticas claras para el empleo, la vivienda ni el acceso a la salud integral.

El riesgo del sobrediagnóstico y la banalización

En los últimos años también ha emergido un fenómeno preocupante: el uso liviano del diagnóstico de TEA en contextos que requieren otro tipo de abordajes clínicos o psicosociales.

Autismo como identidad cultural o “moda” discursiva

Algunos discursos lo presentan como una “forma genial de ser diferente”, minimizando el sufrimiento que puede conllevar para muchas personas.

Esta idealización desdibuja la realidad y entorpece el acceso a recursos para quienes realmente lo necesitan.

Diagnósticos sin profundidad, tratamientos sin enfoque

Hay profesionales que diagnostican sin estudios exhaustivos, o que aplican modelos de intervención rígidos, sin personalización. La ética clínica debe volver al centro del abordaje.

¿Qué necesitamos como sociedad?

  • Escuelas con formación en neurodiversidad
  • Sistemas de salud integrales y accesibles
  • Programas de vida adulta con autonomía progresiva
  • Obras sociales que cumplan con la ley
  • Medios de comunicación que no reduzcan al autismo a una efeméride
  • Un Estado presente que no dependa del esfuerzo heroico de las familias

Hablar de autismo no es hablar de una condición exótica, sino de derechos humanos. El 2 de abril puede ser un punto de partida, pero no debe ser un día más de marketing emocional.

La inclusión no se declama. Se construye. ¿Estaremos a la altura del desafío o seguiremos iluminando edificios mientras apagamos vidas?.

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