En 1971, el rock mexicano fue reprimido por el Estado. Hoy, los narcocorridos enfrentan vetos locales. Sergio Arau lanza una advertencia con peso histórico.
¿Qué tienen en común el rock de los 70 y los corridos tumbados?
En el México de los años 70, un movimiento artístico fue acallado con brutalidad.
Hoy, medio siglo después, la historia parece repetirse con otro género.
Sergio Arau, músico, cineasta y figura clave del rock mexicano, traza una línea directa entre lo que vivió su generación y la polémica actual sobre los narcocorridos o corridos tumbados, defendidos por artistas como Peso Pluma o Natanael Cano, pero fuertemente cuestionados por autoridades locales.
“A nosotros en verdad, nos sacaron a madrazos”, dijo Arau. “Lo que pasó en Texcoco fue una decisión del cantante… Con nosotros fue Echeverría quien mandó la orden”.
Esa comparación no es menor. Durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, tras el Festival de Avándaro (1971), inició lo que se conoció como la “guerra sucia cultural”, una etapa de censura donde el rock fue considerado subversivo.
Censura artística: ¿prevención o provocación?
La lógica del veto
En estados como Jalisco y Baja California, se han prohibido presentaciones en vivo de narcocorridos, argumentando motivos de seguridad y la presunta apología del delito.
Estas acciones buscan evitar conflictos o posibles altercados en eventos masivos. Sin embargo, desde sectores artísticos y sociales, el veto se percibe como una forma de censura cultural.
El efecto inverso de la represión
Arau no duda: reprimir al arte lo fortalece.
“Si lo reprimes va a ser peor… El canto político cuando Pinochet estaba hasta con más ganas”, afirmó, aludiendo al auge del canto de protesta en dictaduras como la chilena.
Y tiene razón. La represión artística suele ser el caldo de cultivo para movimientos más radicales y comprometidos. En vez de desaparecer, las expresiones silenciadas mutan, se ocultan, se fortalecen.
Ejemplos históricos:
- El punk en el Reino Unido tras el thatcherismo.
- La nueva trova cubana en tiempos de bloqueo.
- El cine iraní bajo censura estatal.
En todos los casos, la represión generó arte más profundo, incómodo y desafiante.
Corridos bélicos: ¿arte o apología?
¿Qué cantan realmente los narcocorridos?
Este subgénero narra historias ligadas al crimen organizado, el poder, la violencia y el lujo.
¿Es apología? ¿O simple retrato de una realidad incómoda?
La línea es delgada. Pero el arte, como señala Arau, tiene la función de reflejar y criticar su contexto.
“Todas las películas de Irak son de guerra”, sentenció, recordando que el arte suele absorber el entorno más inmediato.
¿Quién decide qué se puede cantar?
La pregunta es clave.
¿Puede un gobierno, un alcalde o una ley determinar qué temas deben estar fuera del escenario?
Los intentos de censura actuales no provienen de una política nacional centralizada, sino de decisiones locales o incluso personales, como la de un artista que decide omitir ciertos temas. Pero la advertencia de Arau va más allá: abrir la puerta a la censura “light” puede derivar en represión sistemática.
Sergio Arau: arte como resistencia
De Botellita de Jerez a Un día sin mexicanos
Arau ha sido un artista multifacético, incómodo, siempre al margen del discurso oficial.
Con Botellita de Jerez, fundó el “guacarrock”, mezcla entre rock y cultura popular mexicana, que desafiaba las etiquetas tradicionales.
Como cineasta, alcanzó notoriedad con Un día sin mexicanos (2004), sátira donde los migrantes desaparecen de Estados Unidos, colapsando su economía.
Hoy prepara una secuela de esa cinta, donde recogerá testimonios reales de mexicanos en EE.UU., en una colaboración abierta con la comunidad migrante.
Una postura coherente: libertad creativa sin condiciones
Desde su faceta de músico, cineasta o artista visual, Arau ha sostenido una idea clara:
La libertad de expresión artística es una trinchera cultural.
Y frente a los intentos de silenciar o limitar, su voz resuena como un eco del pasado, pero también como un aviso al futuro.
¿Prohibir para proteger o permitir para entender?
La censura puede ser un gesto político, pero también una torpeza social.
¿Es mejor prohibir un corrido o analizar qué lo inspira?
Los narcocorridos no nacen del vacío. Reflejan realidades de violencia, desigualdad y poder que existen al margen del espectáculo. Silenciarlos es atacar el síntoma, no la causa.
Si la historia ha enseñado algo, es que la censura nunca borra el arte: lo esconde, lo transforma, lo potencia.
La pregunta no es si debemos prohibir los narcocorridos. La pregunta es: ¿qué nos dice de nosotros mismos el hecho de que existan?.