El Movimiento Regeneración Nacional (Morena), la fuerza política hegemónica en México, opera bajo una dualidad fundamental. Sus estatutos promueven un ideal democrático, mientras la realidad revela una competencia pragmática entre grupos de influencia por el control del partido.
La dualidad de morena: estatuto vs. realidad política
Morena se ha consolidado como la fuerza política dominante de México. Su funcionamiento interno y su proyección futura se definen por una tensión constante entre sus estatutos fundacionales, que postulan un ideal democrático y ético, y la dinámica de competencia pragmática que caracteriza el ejercicio real del poder entre sus grupos de influencia. Esta contradicción inherente, lejos de ser una debilidad, se ha convertido en su característica operativa central.
El consejo nacional del partido es el epicentro institucional donde se dirimen estas disputas. Este órgano, la máxima autoridad entre congresos, combina la representación de las bases con la influencia decisiva de las élites institucionales, notablemente gobernadores y la dirigencia ejecutiva. La renovación de este consejo en 2022 trascendió un simple trámite administrativo, configurándose como una contienda preliminar de la sucesión presidencial de 2024, cuyo desenlace reconfiguró el equilibrio de poder interno y cimentó las bases de un nuevo liderazgo.
La cohesión del partido enfrentará su prueba más significativa en la era post-fundacional, sin la figura aglutinadora de Andrés Manuel López Obrador. Las elecciones intermedias de 2027 serán un referéndum sobre la capacidad del nuevo gobierno para mantener la hegemonía electoral y la disciplina interna. El desempeño de figuras clave —con trayectorias, ambiciones y bases de poder propias— que ahora ocupan posiciones estratégicas en el gabinete federal, el poder legislativo y la dirigencia del partido, determinará la capacidad de Morena para gestionar sus contradicciones y navegar hacia la sucesión presidencial de 2030.
Fundamentos estatutarios: la vía oficial al poder en Morena
Principios y doctrina: la utopía estatutaria
Los documentos básicos de Morena son una declaración de principios y un manifiesto político-moral, diseñados para posicionar al partido como la antítesis de la cultura política que, según su narrativa, ha corrompido a México por décadas. El objetivo superior del partido es “la transformación democrática y pacífica del país”. Sus estatutos establecen un código de conducta y prohíben prácticas como el influyentismo, el amiguismo, el nepotismo, el patrimonialismo, el clientelismo, la perpetuación en los cargos, el uso de recursos para manipular la voluntad, la corrupción y el entreguismo.
Esta letanía de “vicios de la política actual” es el núcleo de la identidad declarada de Morena, definiéndolo por lo que afirma no ser y repudiando las prácticas asociadas con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y las luchas tribales que debilitaron al Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Para reforzar este ideal, los estatutos prohíben taxativamente la existencia de “grupos internos, corrientes o facciones” que vulneren la soberanía y unidad del partido. La afiliación debe ser “individual, personal, libre, pacífica y voluntaria, sin corporativismos de ninguna índole”. Este principio choca directamente con la realidad sociológica de cualquier organización política masiva, donde la formación de grupos de afinidad es inevitable para la articulación de intereses.
Esta contradicción estructural entre la ideología oficial y el funcionamiento práctico es clave para entender la dinámica interna de Morena. Los estatutos, más que un marco legal, funcionan como una narrativa fundacional y una fuente de legitimidad política. Al definir un estándar de pureza ideológica casi inalcanzable, ofrecen una herramienta permanente para la disputa política. Cualquier grupo que aspire a ganar influencia puede ser acusado por sus rivales de actuar como una “facción” ilícita. Cualquier nombramiento puede ser cuestionado como “amiguismo” o “influyentismo”. Así, los estatutos se convierten en un arma para deslegitimar a los adversarios internos, enmarcando las luchas por el poder no como competencia legítima, sino como traición a los principios sagrados. Esta dinámica fue evidente en los conflictos por la renovación de dirigencias en 2022 y persistirá en la política interna del partido.
La estructura piramidal: del militante al delegado nacional
Morena se organiza, sobre el papel, mediante un proceso democrático ascendente, que parte de las bases y se eleva hasta los órganos de dirección nacional. La estructura busca que el poder emane de sus miembros, identificados como “Protagonistas del Cambio Verdadero”.
El primer paso es la afiliación individual, que requiere credencial de elector vigente. La unidad organizativa fundamental es el Comité de Defensa de la Transformación (CDT), antes Comité de Protagonistas, formados en barrios, colonias, comunidades o centros de trabajo con un mínimo de cinco miembros, siendo la célula básica de actividad política territorial.
El ascenso en la estructura partidista se da mediante un sistema de congresos trienales. Inicia en los Congresos Municipales, asambleas deliberativas abiertas a todos los afiliados registrados en el padrón municipal, facultados para elegir a los Comités Ejecutivos Municipales.
El eslabón crucial que conecta la base con la estructura nacional es el Congreso Distrital. Aquí, los militantes del distrito electoral federal eligen, por votación, delegados que asumen tres roles: congresistas estatales, congresistas nacionales y consejeros estatales. Es en este punto donde la militancia elige a sus representantes en las instancias superiores, incluido el Congreso Nacional, donde se toman las decisiones más importantes.
Para garantizar la pureza democrática, los estatutos son explícitos en el método de elección: votaciones “universales, secretas y en urnas”. Fundamentalmente, se prohíbe la organización de “planillas o grupos”, buscando fomentar la elección de individuos por su mérito y trayectoria, valores también consagrados en los estatutos. Sin embargo, como demostró el proceso de 2022, esta norma es un punto de alta tensión entre el ideal estatutario y la realidad de la competencia por el poder.
El consejo nacional: epicentro del poder partidista
Composición y elección: un modelo híbrido
El consejo nacional es la “autoridad superior de Morena entre congresos nacionales”. Es el principal órgano deliberativo y de toma de decisiones del partido, y su control es el objetivo estratégico central para cualquier facción que aspire a dirigir el rumbo de la organización. Su composición, detallada en los estatutos, revela un modelo híbrido que equilibra la representación de las bases con el poder de la estructura institucional.
El consejo se integra por un mínimo de 300 y un máximo de 370 personas. Su componente democrático directo proviene de la elección de 200 consejeros —100 mujeres y 100 hombres, para garantizar la paridad de género—, votados durante el Congreso Nacional. Estos son los representantes que emanan directamente del proceso de congresos distritales y estatales.
No obstante, una parte sustancial e influyente del consejo no es electa en el Congreso, sino que sus miembros ocupan un asiento por derecho propio (ex officio) o por designación. Este bloque institucional incluye a:
- Los 96 dirigentes de los 32 comités estatales: presidentes, secretarios generales y secretarios de organización de cada entidad federativa.
- Los gobernadores y el jefe de gobierno de la Ciudad de México emanados de Morena. Este es un bloque poderoso, por su control de recursos y aparatos políticos.
- Figuras institucionales clave: el titular de la dirección del periódico del partido, Regeneración, y el presidente del Instituto Nacional de Formación Política.
- Representación internacional: hasta 10 representantes de los comités de mexicanos en el exterior.
- Designados por la élite: militantes propuestos como consejeros directamente por el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) en reconocimiento a su trayectoria o por haber desempeñado funciones que les impidieron participar en el proceso de base.
Este diseño crea una “democracia gestionada”. Aunque los 200 consejeros electos otorgan legitimidad de base, el bloque de miembros ex officio y designados asegura que la cúpula del partido y los poderes fácticos territoriales —principalmente los gobernadores— mantengan una influencia decisiva. Un gobernador no representa solo un voto; representa la maquinaria política de todo un estado, redes de patrocinio y recursos significativos. De manera similar, la facultad del CEN para proponer consejeros le otorga una herramienta directa para recompensar la lealtad y asegurar una masa crítica de apoyo para sus iniciativas. Por lo tanto, el consejo nacional no es una asamblea de iguales; es una arena donde el poder territorial de los gobernadores y la autoridad central del CEN se encuentran con el poder más difuso de la militancia. En cualquier votación crítica, el bloque institucional posee una ventaja estructural, convirtiendo al consejo en un mecanismo que, si bien mantiene una apariencia de proceso democrático, está diseñado para ratificar las decisiones de la élite del partido.
Finalmente, el presidente del consejo nacional, figura de gran relevancia simbólica y política, es elegido por el pleno del consejo instalado, mediante voto universal y secreto entre sus miembros. Históricamente, este cargo ha sido ocupado por figuras de peso como el propio Andrés Manuel López Obrador, Bertha Luján y, actualmente, el gobernador de Sonora, Alfonso Durazo.
Atribuciones y facultades estratégicas
El poder concentrado en el consejo nacional lo convierte en el verdadero centro de gravedad político de Morena. Sus atribuciones, detalladas en los estatutos, le otorgan el control sobre las decisiones más trascendentales de la vida del partido. Quien controla el consejo, controla la dirección estratégica de Morena.
Entre sus facultades más importantes se encuentran:
- Dirección y evaluación política: Evaluar el desarrollo general del partido, formular recomendaciones y aprobar el plan de acción para el siguiente período.
- Control sobre el ejecutivo del partido: Elegir a los integrantes del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), el órgano que conduce al partido en el día a día. De manera crucial, el consejo también tiene la facultad de decidir sobre la revocación del mandato de los miembros del CEN, individual o en su conjunto.
- Definición de la oferta electoral: Elaborar, discutir y aprobar la Plataforma Electoral del partido para todos los procesos electorales federales, estatales y municipales en los que participe Morena.
- Estrategia de alianzas: Proponer, discutir y, en su caso, aprobar los acuerdos de coalición o frentes con otros partidos políticos. Esta es una facultad de enorme importancia estratégica, que define la configuración de las fuerzas en cada elección.
- Poder reglamentario: Elaborar, discutir y aprobar todos los reglamentos internos del partido, lo que le permite moldear las reglas del juego de la competencia interna.
- Función jurisdiccional: Conocer y actuar sobre resoluciones emitidas por la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia en casos de conflictos entre órganos de dirección o disputas sobre la selección de candidaturas.
El control del consejo es el premio mayor en las disputas internas de Morena. Su composición incluye a 200 miembros electos (100 mujeres y 100 hombres), 96 dirigentes estatales (presidentes, secretarios generales y de organización), gobernadores y el jefe de gobierno de la Ciudad de México como miembros ex officio, miembros designados por el CEN y otros cargos institucionales, y hasta 10 representantes del exterior. Sus atribuciones estratégicas clave son elegir y remover al Comité Ejecutivo Nacional (CEN), aprobar la Plataforma Electoral, aprobar alianzas y coaliciones, aprobar reglamentos internos y actuar como autoridad superior entre congresos.
La renovación de 2022: un caso de estudio sobre poder y proceso
Del estatuto a la realidad: el conflicto como proceso
El proceso de renovación de los órganos de dirección de Morena en 2022 es el caso de estudio por excelencia para comprender la tensión entre el ideal estatutario y la cruda realidad del poder. Lo que sobre el papel era un ejercicio democrático, ascendente y ordenado, en la práctica se convirtió en un campo de batalla para las facciones nacionales que se preparaban para la sucesión presidencial de 2024.
El proceso fue complejo, abarcando desde la celebración de un VII Congreso Nacional Extraordinario para reformar los estatutos hasta la realización de asambleas distritales en todo el país. Estas asambleas, donde debían elegirse los delegados que conformarían los consejos estatales y el Congreso Nacional, fueron el escenario de los mayores conflictos. Lejos de ser votaciones de individuos sin afiliación a grupos, como mandatan los estatutos, se convirtieron en una demostración de fuerza organizativa de los equipos de los principales aspirantes presidenciales. Los informes de la época documentaron “polémicas votaciones que acabaron a golpes y trifulcas”, evidenciando que la prohibición de “grupos” y “facciones” fue sistemáticamente ignorada en favor de una competencia feroz y organizada. Los resultados de varias de estas asambleas fueron impugnados ante las instancias internas del partido y los tribunales electorales.
Este proceso demostró que, en la práctica, las reglas estatutarias son flexibles y su interpretación está sujeta a la correlación de fuerzas. La capacidad de movilizar bases, operar políticamente en los territorios y asegurar la lealtad de los delegados electos se impuso sobre el ideal de una deliberación libre de presiones. La renovación de 2022 no fue, por tanto, un simple ejercicio de democracia interna, sino una guerra de aparatos políticos.
El reacomodo de fuerzas: la victoria de una facción
El resultado inequívoco del turbulento proceso de 2022 fue la consolidación del poder de la facción alineada con la entonces jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Fue la “gran vencedora” del proceso, logrando una victoria contundente en la conformación del nuevo consejo nacional.
Análisis posteriores a la renovación cuantificaron este nuevo equilibrio de poder. El grupo afín a Sheinbaum logró asegurar el control de “alrededor de 200 personas afines”, lo que se traduce en “más del 50 por ciento” de los integrantes del consejo nacional. Esta mayoría le otorgó a su facción el control efectivo del máximo órgano de dirección del partido.
Las otras facciones principales quedaron en posiciones minoritarias. El grupo cercano al entonces secretario de gobernación, Adán Augusto López, se consolidó como la segunda fuerza, con aproximadamente el 30% del consejo. El equipo del senador Ricardo Monreal obtuvo cerca del 20%, mientras que el del canciller Marcelo Ebrard quedó con una “presencia minoritaria” de consejeros simpatizantes. Esta distribución de fuerzas no fue casual; fue el resultado directo de una operación política superior por parte del equipo de Sheinbaum, que demostró una mayor capacidad de movilización y una red de alianzas más sólida con los poderes territoriales, incluyendo un número significativo de gobernadores.
Este reacomodo de fuerzas fue mucho más que una simple renovación de cargos. Fue, en esencia, la primera vuelta de la elección presidencial interna. Al ganar el control del consejo nacional, la facción de Sheinbaum se aseguró el poder de definir las reglas del juego para la selección del candidato presidencial en 2023. Pudo garantizar que el método elegido —la encuesta— se llevara a cabo bajo términos favorables y, lo que es igualmente importante, envió una señal inequívoca al resto del partido y a la clase política de que ella era la aspirante con la operación política más formidable y con el mayor respaldo dentro de la estructura partidista. La victoria en el consejo en 2022 creó una dinámica de “favorita inevitable” que fue crucial para su designación final como candidata en 2023.
La distribución de afinidades políticas en el consejo nacional de Morena post-renovación 2022 muestra a Claudia Sheinbaum con más del 50%, apoyada por gobernadores como Evelyn Salgado, Cuitláhuac García, Mara Lezama, Layda Sansores, y figuras como Jesús Ramírez Cuevas y Dolores Padierna. Adán Augusto López representa aproximadamente el 30%, con aliados como los gobernadores Carlos Manuel Merino, Marina Ávila y Rutilio Escandón, y operadores como Ignacio Mier y Andrea Chávez. Ricardo Monreal cuenta con cerca del 20%, incluyendo a gobernadores como David Monreal y Julio Menchaca. Marcelo Ebrard tiene una presencia minoritaria, con diputados como Emmanuel Reyes y Hamlet García Almaguer. Finalmente, existen consejeros indefinidos o neutrales, como el gobernador Alfonso Durazo, presidente del consejo, obligado a la imparcialidad.
Los protagonistas del próximo sexenio: perfiles, trayectorias y estrategias
Con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia, la dinámica de poder en Morena ha entrado en una nueva fase. Los principales contendientes de la sucesión de 2024, lejos de ser marginados, han sido reincorporados en posiciones estratégicas dentro del nuevo gobierno y la estructura del partido. Estos nombramientos no son meras recompensas, sino movimientos calculados para gestionar las ambiciones, aprovechar las capacidades y mantener la cohesión interna. El desempeño de estas figuras en sus nuevos roles definirá su posicionamiento de cara a las elecciones intermedias de 2027 y la futura sucesión de 2030.
Marcelo Ebrard: el estratega contenido
Marcelo Ebrard Casaubón es uno de los políticos más experimentados y con mayor proyección internacional de México. Su carrera abarca el PRI, la fundación del Partido de Centro Democrático (PCD), una figura central en el PRD y, finalmente, Morena. Fue jefe de gobierno del Distrito Federal (2006-2012), donde implementó políticas progresistas reconocidas internacionalmente, y secretario de relaciones exteriores (2018-2023) en el gobierno de López Obrador.
Tras una contienda interna por la candidatura presidencial de 2024 con tensiones, Ebrard fue integrado al nuevo gabinete como secretario de economía. Este nombramiento fue interpretado como una jugada estratégica de la presidenta Sheinbaum para calmar la incertidumbre de los mercados financieros y aprovechar su vasta experiencia en negociaciones internacionales, especialmente de cara a la revisión del T-MEC.
Su rol en la Secretaría de Economía es técnico y de alta visibilidad global, pero con alcance político interno limitado. La posición lo contiene, canalizando su capacidad hacia un área crítica para el gobierno sin darle el control de estructuras políticas o de seguridad. Su camino hacia 2027 y 2030 dependerá de su desempeño exitoso en la cartera económica, lo que le permitiría construir una narrativa de competencia y resultados. Simultáneamente, deberá reconstruir discretamente sus redes políticas dentro del partido, una tarea compleja desde una posición que lo aleja de la operación partidista.
Adán Augusto López Hernández: el guardián del obradorismo
Abogado tabasqueño, Adán Augusto López Hernández es uno de los hombres más cercanos y de mayor confianza de Andrés Manuel López Obrador. Su carrera transitó del PRI al PRD y finalmente a Morena, partido del que es fundador. Su ascenso fue meteórico: gobernador de Tabasco en 2018, y en 2021, secretario de gobernación, desde donde operó como el principal brazo ejecutor del presidente.
Tras su participación en la contienda interna de 2024, donde se posicionó como el representante del “obradorismo duro”, López Hernández fue electo senador de la república por la vía plurinominal. A partir del 1 de septiembre de 2024, asumió el cargo de presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) del Senado, convirtiéndose en el líder de la bancada mayoritaria y una de las figuras más poderosas del Poder Legislativo.
Su posición como líder del Senado es puramente política y le otorga un poder inmenso. Es el responsable de negociar y sacar adelante la ambiciosa agenda de reformas constitucionales de la presidenta Sheinbaum, conocida como el “Plan C”. Este rol le da visibilidad mediática constante y control directo sobre los tiempos y acuerdos legislativos. Se posiciona como garante de la continuidad del proyecto obradorista y como un centro de poder formidable, con una plataforma ideal para mantener su influencia y proyectar sus ambiciones futuras. Su éxito en la aprobación de las reformas será también el éxito de la presidenta, pero su protagonismo lo mantiene como un potencial sucesor natural.
Ricardo Monreal Ávila: el negociador permanente
Ricardo Monreal Ávila es un arquetipo del político profesional mexicano, superviviente que ha navegado con éxito múltiples partidos: PRI, PRD, PT, Movimiento Ciudadano y Morena. Su trayectoria es vasta, abarcando casi todos los niveles del poder público: diputado federal, senador en múltiples ocasiones, gobernador de Zacatecas (1998-2004) y jefe delegacional de Cuauhtémoc en la Ciudad de México (2015-2017). Es conocido por su profundo conocimiento del proceso legislativo y su habilidad para la negociación política.
Después de un sexenio como líder de la bancada de Morena en el Senado (2018-2024), donde mantuvo una relación a menudo tensa con el ala más dura del obradorismo, y tras una candidatura testimonial en el proceso interno de 2024, Monreal ha sido electo diputado federal para la legislatura 2024-2027, donde se perfila como una de las figuras de mayor peso y experiencia.
La fortaleza de Monreal reside en su capital político personal, construido a lo largo de décadas, y en su red de relaciones que trasciende las fronteras partidistas. A menudo adopta una postura de “verso suelto” o de voz crítica dentro de Morena, lo que le permite posicionarse como un mediador o un factor de equilibrio. Su influencia futura dependerá de su capacidad para consolidar un bloque de legisladores leales en la Cámara de Diputados y convertirse en un interlocutor indispensable tanto para el gobierno como para la oposición. Su estrategia es la de la relevancia permanente, manteniéndose en el centro del juego parlamentario como un actor con el que siempre hay que negociar.
Mario Delgado Carrillo: el operador del partido
Economista egresado del ITAM, la carrera de Mario Delgado Carrillo estuvo inicialmente ligada a la de Marcelo Ebrard, bajo cuyo mandato en la Ciudad de México se desempeñó como secretario de finanzas y de educación. Posteriormente, se convirtió en una figura central de Morena, sirviendo como senador y diputado federal. Su rol más destacado fue el de presidente nacional de Morena (2020-2024), período en el que el partido alcanzó su máxima expansión territorial, ganando un número histórico de gubernaturas y consolidando su poder a nivel nacional.
Ha sido nombrado secretario de educación pública (SEP) en el gabinete de la presidenta Sheinbaum.
La SEP es una de las secretarías de Estado más grandes, con uno de los presupuestos más abultados del gobierno federal y presencia en todo el territorio nacional a través del sistema educativo. Esta posición le otorga a Delgado el control de inmensos recursos y una plataforma incomparable para construir y mantener redes políticas en todo el país. Como expresidente del partido, posee un conocimiento íntimo de las estructuras y los actores de Morena a nivel local. Su nuevo cargo lo posiciona como un miembro poderoso del gabinete, con los recursos y las conexiones para ser considerado un contendiente serio en el futuro, transformando la gestión burocrática en capital político.
Luisa María Alcalde Luján: la nueva cara del aparato
Hija de figuras históricas de la izquierda mexicana, Luisa María Alcalde Luján representa a una nueva generación de líderes dentro de Morena. Su carrera ha sido ascendente y siempre cercana al núcleo del obradorismo. Fue secretaria del trabajo y previsión social durante la mayor parte del sexenio 2018-2024, y en su tramo final fue ascendida a secretaria de gobernación, demostrando la confianza que el presidente depositaba en ella.
Tras la victoria de Claudia Sheinbaum, Alcalde fue designada para suceder a Mario Delgado como presidenta del Comité Ejecutivo Nacional de Morena a partir de 2024. Medios y analistas la describieron como la “candidata única ungida” para el puesto, lo que sugiere un fuerte consenso de la nueva cúpula del poder.
Como presidenta del partido, Alcalde es ahora la figura central encargada de la operación política cotidiana de Morena. Su principal tarea es mantener la cohesión interna, mediar entre las poderosas facciones lideradas por las figuras antes mencionadas y preparar al partido para el crucial ciclo electoral de 2027. Su lealtad a la presidenta Sheinbaum es clave, y su rol será ejecutar la estrategia política dictada desde el Ejecutivo. Su éxito se medirá por su capacidad para mantener al partido unido y electoralmente dominante. Este desempeño no solo determinará la estabilidad del gobierno de Sheinbaum, sino que también forjará su propio capital político y su futuro dentro del movimiento.
El nombramiento de estos actores en sus respectivos puestos demuestra una sofisticada estrategia de gestión del poder. Se busca cooptar y canalizar las ambiciones de los antiguos rivales, asignándoles tareas que aprovechan sus fortalezas (la experiencia internacional de Ebrard, la operación política de Adán Augusto, la gestión de recursos de Delgado) pero que, al mismo tiempo, los mantienen en órbitas controladas y dependientes del éxito del proyecto presidencial. Se crea así un sistema de contrapesos entre las facciones, todas subordinadas a la nueva presidencia, mientras se asegura el control del aparato partidista a través de una figura leal como Alcalde.
Prospectiva 2027-2030: desafíos y dinámicas en la era post-obrador
La prueba de la unidad: gobernar sin el fundador
El desafío más profundo para Morena en el sexenio 2024-2030 es su transición de un movimiento aglutinado por la autoridad carismática de su fundador, Andrés Manuel López Obrador, a un partido institucional en el poder bajo un nuevo liderazgo. Durante años, la unidad de Morena, a pesar de tensiones, se sostuvo en gran medida por la capacidad de López Obrador para actuar como árbitro final e indiscutible de cualquier disputa. Su figura era el centro de gravedad que mantenía alineadas a las diversas facciones.
Con su retiro de la vida política activa, ese centro de gravedad ha desaparecido. La cohesión del partido ahora depende de la habilidad de la presidenta Claudia Sheinbaum y de la dirigencia partidista para gestionar las ambiciones de los poderosos líderes faccionales perfilados anteriormente. El riesgo de que las fricciones internas escalen es real y reconocido dentro del propio partido, como lo demuestran los constantes llamados a “no apostemos… nunca a la división” en sus eventos públicos. La carta enviada por la presidenta Sheinbaum a la dirigencia en 2025, haciendo un “llamado de atención” y señalando a figuras como Monreal y Adán Augusto, es una muestra temprana de la necesidad del nuevo liderazgo de reafirmar su autoridad y corregir el rumbo para evitar fracturas.
2027: el termómetro político y la erosión de la marca
Las elecciones intermedias de 2027 serán la primera gran prueba de fuego para el nuevo liderazgo. Este proceso electoral será masivo, con la renovación completa de la Cámara de Diputados federal, 16 gubernaturas y la mayoría de los congresos y ayuntamientos del país. El resultado de esta elección será interpretado por todos los actores políticos como un termómetro que medirá la aprobación del gobierno de Sheinbaum y la fortaleza real de Morena sin López Obrador en la boleta o en Palacio Nacional.
Un desafío emergente para el partido es la posible erosión de su marca. El nombre “Morena” ha sido un activo electoral inmensamente poderoso, pero su efectividad ha estado ligada a la popularidad de AMLO. Análisis políticos sugieren que, para 2027, la marca por sí sola podría no ser suficiente para garantizar victorias, especialmente a nivel local. El partido se verá obligado a postular candidatos fuertes, con reconocimiento y prestigio propios, ya que muchos de los gobernadores y alcaldes que llegaron al poder arrastrados por la “ola” obradorista de 2018 no gozan de altas evaluaciones ciudadanas y representan un lastre potencial.
En este contexto, las elecciones de 2027 funcionarán como un referéndum de facto sobre la sucesora. A diferencia de comicios anteriores, donde un voto por Morena era, en esencia, un voto de apoyo a López Obrador, los resultados de 2027 serán una medida directa del capital político personal de Claudia Sheinbaum y del desempeño de su administración. Una pérdida significativa de escaños en el Congreso, o la derrota en gubernaturas clave, no sería solo un revés electoral. Sería una señal de vulnerabilidad política que podría envalentonar a los rivales internos y desencadenar una lucha abierta por el liderazgo de cara a la sucesión de 2030. La presión para obtener un buen resultado es, por tanto, inmensa, ya que de ello depende la capacidad de la presidenta para consolidar su poder y llevar a término su proyecto de gobierno.
Tensiones internas y el futuro del proyecto
El futuro de Morena y del proyecto de la “Cuarta Transformación” dependerá de la capacidad de su nueva dirigencia para gestionar la contradicción fundamental que reside en su ADN: el conflicto entre sus estatutos democráticos y anti-faccionales y la realidad ineludible de la competencia entre grupos de poder. La estabilidad del partido a largo plazo requiere encontrar un equilibrio que ha eludido a otros partidos de izquierda en la historia de México.
Para lograrlo, el liderazgo deberá navegar con éxito tres desafíos interconectados. Primero, obtener un resultado en las elecciones de 2027 que sea percibido como una validación de su mandato, evitando una sangría electoral que debilite a la presidencia. Segundo, mantener a los poderosos líderes faccionales alineados con los objetivos de la administración, utilizando las posiciones estratégicas que se les han otorgado para fomentar la cooperación en lugar de la competencia destructiva. Tercero, y quizás lo más complejo, institucionalizar un proceso para la sucesión presidencial de 2030 que sea visto como legítimo por todas las partes y que no termine por fracturar al partido.
El camino de Morena en la era post-Obrador está marcado por esta delicada balanza. Debe mantener la disciplina necesaria para gobernar con eficacia y preservar su hegemonía, pero al mismo tiempo debe permitir los espacios para la deliberación y la competencia democrática que sus propios documentos fundacionales no solo permiten, sino que exigen. El fracaso en la gestión de esta tensión podría llevar al partido a repetir los ciclos de división interna que caracterizaron a sus predecesores. El éxito, por otro lado, consolidaría a Morena como una fuerza política institucionalizada, capaz de perdurar más allá de la figura de su fundador. ¿Podrá Morena equilibrar su utopía estatutaria con su pragmatismo político para asegurar su hegemonía en el futuro?