El viernes pasado, Griselda López cruzó en silencio la frontera. No fue un acto de huida, sino el capítulo final de un linaje marcado por el poder, el dolor y la traición.
Una travesía bajo custodia: el cruce de Griselda López
La escena parecía sacada de una serie de suspenso: Griselda López, madre de Ovidio Guzmán y exesposa de Joaquín “El Chapo” Guzmán, caminaba por el puente internacional de San Ysidro, custodiada por agentes del FBI, acompañada de 16 familiares.
Luis Chaparro, periodista especializado, fue quien reveló la maniobra. Según su reporte, la familia voló desde Culiacán a Tijuana y luego fue trasladada por tierra al cruce fronterizo. Un francotirador estadounidense vigilaba desde un edificio contiguo: el riesgo de atentado era real.
La comitiva de lujo y el traslado definitivo
No era una familia cualquiera. En el grupo estaban Griselda Guadalupe Guzmán López, su nieto Archivaldo, y otros parientes cercanos. Llevaban consigo maletas Louis Vuitton, Dior y Chanel, además de más de 70 mil dólares en efectivo.
El operativo sugiere una reubicación definitiva, no un viaje temporal. El motivo coincide con el posible acuerdo judicial de Ovidio Guzmán con Estados Unidos, donde se espera que se declare culpable el próximo 6 de junio. Como parte de dicho acuerdo, su familia recibiría nuevas identidades y protección oficial.
De esposa del capo a matriarca blindada
Nacida el 19 de agosto de 1959, Griselda López Pérez, también conocida como Karla Pérez Rojo, fue la segunda esposa del Chapo. Tuvieron cuatro hijos: Joaquín, Édgar, Ovidio y Griselda Guadalupe.
Su influencia creció tras la primera fuga del Chapo en 2001, convirtiéndola en la cabeza visible de una de las ramas familiares más cercanas al capo. Testimonios recogidos por Anabel Hernández detallan las tensiones con la familia de Alejandrina Salazar, primera esposa de Guzmán. La fractura fue profunda: Iván Archivaldo y Jesús Alfredo resentían el favoritismo hacia Ovidio y los hijos de Griselda.
Detención, liberación y vigilancia permanente
En mayo de 2010, Griselda fue detenida en un operativo conjunto de Marina, Ejército y autoridades federales en Culiacán. Sin embargo, fue liberada en menos de 24 horas. El motivo: inconsistencias en sus ingresos declarados.
Aunque no fue procesada, desde entonces quedó bajo vigilancia financiera. En 2012, el Departamento del Tesoro de EE.UU. la incluyó en la Ley Kingpin, acusándola de brindar apoyo material al Cártel de Sinaloa.
La narrativa de la madre protectora
Pese a los señalamientos, Griselda ha sostenido una imagen de madre dedicada. En entrevista con el diario Noroeste en 2015, negó cualquier nexo de Ovidio con el narco: “Ovidio es un niño que ni al caso… Yo le he enseñado valores“, declaró.
Tras el asesinato de su hijo Édgar en 2008, tomó la decisión de enviar a Ovidio y Joaquín a Canadá para alejarlos de la violencia. Pero las autoridades estadounidenses no aceptaron esta versión. En 2013, en entrevista con Javier Valdez, afirmó: “Nos exponen para que seamos aprehendidos o asesinados“.
Ovidio, el hijo consentido
Anabel Hernández relata que Ovidio era el hijo más mimado, apodado por su padre como “Ratoncito“. Aunque Iván era considerado el heredero natural, Ovidio tenía un lugar emocional privilegiado.
Tras el “Culiacanazo 2.0” en enero de 2023, testigos aseguran que Griselda se hizo cargo de los funerales de los sicarios caídos. “La señora Gris habló a las funerarias”, relató un testigo al Sol de Sinaloa.
En las comunidades de Jesús María, su figura es vista casi como benefactora. “Tuvieron más ayuda de él que del gobierno“, dijo una tía de Ovidio a Milenio.
El cruce que marca un fin
Hoy, a sus 65 años, Griselda López no es solo la ex del Chapo. Es el rostro visible de un cambio de era en el narco mexicano. Su reubicación, bajo protección del FBI, sugiere un acuerdo mayor entre Ovidio y el gobierno estadounidense.
No existen registros actuales que la vinculen directamente con el crimen, pero su inclusión en la OFAC y la vigilancia constante indican lo contrario para Washington.
Este cruce silencioso es más que un cambio de residencia. Es el epílogo de una dinastía que, durante décadas, desafió gobiernos y moldeó el crimen organizado en América Latina.
¿El fin de los Chapitos? Tal vez no del todo. Pero sí el fin de una etapa donde la sangre y el legado eran sinónimo de poder.