La brutalidad que no sorprende: un nuevo hallazgo macabro
El reciente descubrimiento de un crematorio clandestino en Teuchitlán, Jalisco, con indicios de múltiples cuerpos calcinados, ha generado conmoción en la opinión pública. Sin embargo, el impacto de esta noticia se diluye rápidamente entre el incesante flujo de hechos violentos que ocurren a diario en México. La Iglesia católica, a través de la Arquidócesis de Guadalajara, ha lanzado una advertencia que resuena con fuerza: la sociedad está normalizando el horror.
Jalisco, epicentro de la violencia
Fosas clandestinas y desapariciones: un problema en ascenso
Jalisco es uno de los estados más afectados por la crisis de desapariciones en México. Según datos oficiales, la entidad concentra una de las mayores cifras de personas desaparecidas en el país. Las cifras son alarmantes:
- Más de 15,000 desaparecidos en los últimos años.
- Más de 1,000 cuerpos exhumados de fosas clandestinas desde 2018.
- Cientos de crematorios ilegales y “cocinas del infierno” operando en el estado.
La ubicación geográfica de Jalisco y la presencia de grupos criminales han convertido a la región en un epicentro de la violencia organizada. Teuchitlán es solo un caso más en una larga lista de hallazgos macabros que ponen en evidencia la crisis humanitaria que atraviesa el país.
La falta de respuesta gubernamental
A pesar de las constantes denuncias de colectivos de búsqueda y organismos internacionales, la respuesta de las autoridades ha sido insuficiente. La impunidad sigue siendo la norma y las familias de las víctimas enfrentan un sistema inoperante e indiferente.
El papel de la Iglesia católica ante la crisis
Un llamado a la conciencia
La Arquidócesis de Guadalajara se ha pronunciado con un mensaje claro: el hallazgo del crematorio clandestino en Teuchitlán no es solo un reflejo de la violencia criminal, sino también de la indiferencia de la sociedad. En su comunicado, la Iglesia lamentó que “las víctimas sean invisibilizadas y la sociedad haya dejado de escuchar su dolor”.
Este pronunciamiento no es nuevo. En los últimos años, la Iglesia ha sido una de las pocas instituciones que han denunciado la crisis de desapariciones en México. A través de declaraciones, misas y acompañamiento a colectivos de familiares, ha buscado visibilizar el problema y exigir justicia.
¿Puede la Iglesia influir en la sociedad y el gobierno?
El llamado de la Iglesia busca generar una reacción en la sociedad. Sin embargo, en un país donde la violencia es cotidiana y la impunidad impera, la pregunta es si este tipo de pronunciamientos pueden realmente marcar una diferencia. La respuesta depende en gran medida de la presión social y política que se logre ejercer a partir de estos llamados.
La normalización de la violencia: un riesgo latente
Cuando el horror se vuelve parte del paisaje
Uno de los mayores peligros de vivir en un entorno de violencia constante es la desensibilización. La exposición diaria a noticias de asesinatos, fosas clandestinas y desapariciones ha generado una actitud de resignación entre la población. Esto se traduce en:
- Menos indignación pública.
- Menos presión social sobre las autoridades.
- Mayor impunidad para los responsables.
La indiferencia se convierte en cómplice de la impunidad. La falta de reacción de la sociedad permite que los grupos criminales operen con libertad y que las autoridades evadan su responsabilidad.
¿Qué podemos hacer como sociedad?
Para evitar que la violencia se normalice, es fundamental:
- Mantener la indignación activa. No permitir que la violencia se convierta en un tema más del día a día.
- Exigir respuestas a las autoridades. La presión social es clave para lograr cambios en políticas de seguridad y justicia.
- Apoyar a los colectivos de búsqueda. Su labor es esencial para encontrar a los desaparecidos y visibilizar la crisis.
- Educar y sensibilizar. Hablar del problema, compartir información y crear conciencia en la sociedad.
¿Hemos perdido la capacidad de conmovernos?
El hallazgo del crematorio clandestino en Jalisco es una llamada de atención. No podemos permitir que la brutalidad se convierta en un paisaje común, ni que el dolor de las víctimas sea ignorado. La postura de la Iglesia católica es un recordatorio de que la indiferencia también es una forma de violencia. La pregunta que queda en el aire es: ¿seguiremos normalizando el horror o tomaremos acción?