La aprobación del plan Netanyahu para Gaza por parte del gabinete de seguridad de Israel marca un punto de inflexión estratégico en el prolongado conflicto palestino-israelí. Este análisis revela un constructo político complejo, moldeado por la supervivencia del primer ministro, la influencia de la extrema derecha y una visión de control territorial.
Este informe argumenta que el denominado “Plan Netanyahu”, aunque enmarcado en el lenguaje de la seguridad y la derrota de Hamás, es en realidad un constructo político complejo, moldeado fundamentalmente por la necesidad de supervivencia política del primer ministro, la influencia sin precedentes de sus socios de coalición de extrema derecha, y una visión ideológica que prioriza el control territorial sobre las soluciones diplomáticas o, incluso, la seguridad de los rehenes israelíes.
La tesis central de este análisis es que el plan, en su diseño y objetivos declarados, es inherentemente contradictorio e insostenible. Su arquitectura, que busca una ocupación militar indefinida sin la responsabilidad de gobernar, crea un vacío de poder deliberado y una receta para el caos perpetuo. Lejos de conducir a la “victoria total” prometida por Netanyahu, la implementación de este plan amenaza con atrapar a Israel en un atolladero militar y moral sin un final de juego claro, exacerbar una catástrofe humanitaria de proporciones históricas, catalizar un aislamiento internacional cada vez más profundo y, paradójicamente, socavar la seguridad a largo plazo del propio Estado de Israel.
Este documento desglosará sistemáticamente la arquitectura y las motivaciones políticas del plan, analizará en detalle su dimensión militar y operacional, evaluará sus devastadoras consecuencias humanitarias y económicas, y examinará sus profundas repercusiones geopolíticas y legales. A través de un análisis exhaustivo de los datos disponibles, el informe demostrará que el Plan Netanyahu no es una estrategia para la paz o la seguridad, sino un mapa hacia una nueva y más peligrosa fase del conflicto.
Deconstrucción del “Plan Netanyahu”: arquitectura y motivaciones
El “Plan Netanyahu” para Gaza no puede entenderse como una estrategia de seguridad coherente y singular. Más bien, se presenta como un documento político multifacético, diseñado para satisfacer las demandas, a menudo conflictivas, de diversas audiencias: los socios de extrema derecha de su coalición, un público israelí traumatizado y dividido, un estamento militar escéptico y una comunidad internacional cada vez más crítica. Esta naturaleza camaleónica es la fuente de sus contradicciones internas y de la ausencia de un final de juego viable.
El plan intenta apaciguar a los ministros ultranacionalistas que exigen una ocupación total y permanente, al tiempo que busca tranquilizar a los aliados internacionales con la promesa de que Israel “no pretende gobernar” Gaza. Esta dicotomía fundamental —ocupar sin gobernar— crea un vacío estratégico y político que define la insostenibilidad del proyecto. Se presenta como la única vía para la “victoria total” y la liberación de los rehenes, a pesar de que la propia cúpula militar y las familias de los cautivos advierten que la intensificación de la ofensiva es, en la práctica, una sentencia de muerte para ellos. En última instancia, el plan es un acto de equilibrio político cuyo objetivo principal no es resolver el conflicto de Gaza, sino mantener unida la frágil coalición de gobierno de Netanyahu y prolongar su permanencia en el poder, posponiendo así la inevitable rendición de cuentas por los catastróficos fallos de seguridad del 7 de octubre.
El contexto político interno: un plan para la supervivencia
La aprobación del plan es inseparable del contexto político interno de Israel. El gobierno de Netanyahu, formado en noviembre de 2022, es ampliamente considerado el más derechista y ultraortodoxo de la historia del país, con una dependencia crítica de figuras de la extrema derecha como el Ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, y el Ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich. Estos socios de coalición no solo se oponen a cualquier concesión a los palestinos, sino que abogan abiertamente por la anexión de territorios en Cisjordania y Gaza y la “emigración voluntaria” —un eufemismo para la deportación— de la población Palestina. Para ellos, cualquier solución que no implique un control israelí total y permanente sobre el territorio es políticamente inaceptable, y han amenazado con romper la coalición si la guerra termina sin una “victoria total”. El plan de Netanyahu es, en gran medida, una concesión directa a estas “visiones mesiánicas”.
A esta presión ideológica se suma la precaria situación personal del propio Netanyahu. Enfrentando un juicio por corrupción y una abrumadora desaprobación pública por el fracaso de seguridad del 7 de octubre, la continuación de la guerra y la promesa de una victoria absoluta se han convertido en su principal herramienta de supervivencia política. El conflicto le permite desviar la atención de sus problemas legales y políticos, mantener el apoyo de sus aliados de extrema derecha y retrasar una rendición de cuentas que podría poner fin a su carrera.
Esta dinámica ha provocado una profunda fractura en la sociedad y la política israelíes. Líderes de la oposición, como Yair Lapid, han calificado el plan de “desastre que llevará a muchos más desastres”, argumentando que arrastrará a Israel a una “ocupación inútil” dictada por los caprichos de los extremistas. Aún más conmovedora es la oposición de las familias de los rehenes. Organizaciones como el Foro de las Familias de los Rehenes ven el plan de ocupación no como una vía para liberar a sus seres queridos, sino como una “sentencia de muerte” y un “sacrificio” deliberado de los cautivos “en el altar de la guerra”. Las continuas protestas en ciudades como Tel Aviv y Jerusalén, que exigen un acuerdo para la liberación de los rehenes y la convocatoria de elecciones, reflejan esta profunda división y el creciente rechazo a la estrategia del gobierno.
Los “cinco principios” fundamentales: una fachada estratégica
El plan se articula en torno a cinco principios presentados como las condiciones para el fin de la guerra. Sin embargo, un análisis crítico revela que estos principios son más una fachada estratégica que una hoja de ruta viable, plagada de objetivos contradictorios y ambiguos.
- Desarme de Hamás: Este objetivo, aunque central en la retórica del gobierno, es militarmente vago. En el denso entorno urbano de Gaza, erradicar por completo a un grupo guerrillero profundamente arraigado en la sociedad es una tarea casi imposible que podría degenerar en una insurgencia perpetua, como advierten numerosos analistas.
- Regreso de todos los rehenes, vivos o muertos: Este principio encarna la contradicción más flagrante del plan. El gobierno afirma buscar la liberación de los aproximadamente 50 rehenes que quedan (de los cuales se cree que solo una veintena siguen con vida) a través de una intensificación de la acción militar. No obstante, la propia cúpula de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y las familias de los cautivos han advertido repetidamente que esta estrategia pone en riesgo directo la vida de los rehenes, convirtiéndolos en víctimas probables de los combates.
- Desmilitarización de La Franja de Gaza: La viabilidad de este objetivo depende de un acuerdo político sólido y un mecanismo de supervisión internacional creíble y robusto. El plan de Netanyahu carece de ambos elementos, haciendo de la desmilitarización una aspiración vacía sin un camino claro para su implementación.
- Control de la seguridad israelí en dicho territorio: Este es el verdadero núcleo del plan, que consagra una ocupación militar indefinida. Implica la creación de un “perímetro de seguridad” y la libertad de acción para las FDI en toda la Franja. Este principio contradice directamente la afirmación de Netanyahu de que Israel “no pretende gobernarla”.
- Establecimiento de una “administración civil alternativa”: Este es, quizás, el punto más problemático y deliberadamente vago. El plan excluye explícitamente cualquier papel para Hamás, pero también para la Autoridad Palestina (AP), la única entidad de gobierno palestina reconocida internacionalmente. Al vetar a ambas, el plan crea un vacío de gobernanza que solo puede ser llenado por el control militar israelí.
El enigma de la gobernanza post-ocupación: el espejismo de las “fuerzas árabes”
La propuesta de entregar la administración civil de Gaza a “fuerzas árabes” es central en la retórica del plan, pero un análisis más profundo revela que es una maniobra diplomática diseñada para fracasar, creando así un pretexto para la ocupación indefinida de Israel. Al proponer una solución que el gobierno israelí sabe de antemano que es inaceptable para los países árabes, puede argumentar que, ante la falta de alternativas viables, no tiene más opción que mantener el control de la seguridad de forma permanente.
La secuencia de eventos es reveladora. Netanyahu propone públicamente ceder el control a “fuerzas árabes” no especificadas. La respuesta del mundo árabe es inmediata y unánime en su rechazo. Un alto funcionario jordano declaró a la prensa que “los árabes no aceptarán las políticas de Netanyahu ni limpiarán su desastre”, y que cualquier solución de seguridad debe ser garantizada por “instituciones palestinas legítimas”. Esta postura es compartida por otros actores regionales clave. Simultáneamente, el plan de Netanyahu veta explícitamente cualquier participación de la Autoridad Palestina.
Esta combinación de acciones crea un vacío de gobernanza deliberado: no hay un socio palestino considerado aceptable por Israel, y no hay un socio árabe dispuesto a participar en los términos de Israel. El resultado es un estancamiento planificado. El plan está diseñado para que no exista un “día después” viable que no implique el control militar israelí. La propuesta de las “fuerzas árabes” no es una solución, sino parte del problema: una justificación prefabricada para una ocupación a largo plazo.
Este enfoque contrasta marcadamente con el “Plan Árabe” alternativo, también conocido como el “plan egipcio árabe islámico”. Liderado por Egipto y respaldado por la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica, este plan se centra en una reconstrucción masiva (con un costo estimado de más de 53.000 millones de dólares), un alto el fuego sostenible y el fortalecimiento de un gobierno tecnocrático palestino. Sin embargo, este plan enfrenta dos obstáculos insalvables: la indefinición del rol futuro de Hamás y, de manera más fundamental, el rechazo categórico de Israel a cualquier iniciativa que pueda conducir a la creación de un Estado palestino soberano.
La dimensión militar y operacional
La estrategia militar delineada en el Plan Netanyahu no solo es extraordinariamente arriesgada, sino que también expone una peligrosa y creciente desconexión entre el liderazgo político de Israel y la realidad operativa sobre el terreno. La insistencia en una ocupación total, a pesar de las graves advertencias de la propia cúpula militar, sugiere que las decisiones se basan más en cálculos políticos que en una evaluación estratégica sólida. En este contexto, la dependencia sin precedentes de sistemas de inteligencia artificial (IA) para la selección de objetivos emerge no como una simple mejora de la eficiencia, sino como un pilar fundamental que permite una escala de destrucción que sería insostenible bajo las normas tradicionales de enfrentamiento. Esta automatización de la letalidad parece ser un mecanismo para superar las objeciones militares sobre la inviabilidad de la operación, normalizando las bajas civiles masivas como un coste aceptable y necesario de la guerra. La IA no es solo una herramienta; es el habilitador de una doctrina militar de fuerza abrumadora que permite al liderazgo político ignorar las complejidades y los peligros del combate urbano, sustituyendo la estrategia por la aniquilación a escala industrial.
Estrategia de ocupación por fases y fuerzas implicadas
La doctrina operacional del plan se describe como una estrategia “ligera” y “gradual” para lograr el control total de la Franja. Comienza con nuevas órdenes de evacuación para los residentes de la Ciudad de Gaza, instándolos a desplazarse hacia el sur, a la ya superpoblada zona humanitaria de Al Mawasi. A esto le seguiría el cerco completo de la ciudad y el lanzamiento de nuevas incursiones terrestres en áreas densamente pobladas que no habían sido invadidas previamente, incluyendo los campos de refugiados del centro de Gaza. El objetivo es tomar el control del aproximadamente 12% del territorio gazatí donde se concentra la mayor parte de la población restante, en condiciones de extrema vulnerabilidad. Fuentes oficiales israelíes han estimado que la operación completa para tomar el control de la Ciudad de Gaza y los campos centrales durará al menos seis meses.
La escala del compromiso militar requerido para esta operación es masiva, involucrando a una parte significativa de las fuerzas activas y de reserva de las FDI. La siguiente tabla detalla algunas de las unidades clave que han estado o se espera que estén implicadas, lo que subraya la naturaleza total de la operación y su profundo impacto en la sociedad israelí.
Tipo de Unidad | Divisiones | Brigadas de Infantería y Paracaidistas | Brigadas Acorazadas | Unidades de Operaciones Especiales |
Nombres/Designaciones | 98ª Div. de Paracaidistas, 99ª Div. (Reservistas), 162ª Div., 252ª Div. (Reservistas), 36ª Div. | 35ª Brig. de Paracaidistas, 84ª Brig. “Givati”, 900ª Brig. “Kfir”, 2ª Brig. “Carmeli” (Reserva) | 7ª Brig. “Salar”, 10ª Brig. “Harel” (Reserva), 55ª Brig. “Hod Ha Hanit” (Reserva), 4ª Brig. “Kiryati” (Reserva), 679ª Brig. (Reserva) | 89ª Brig. “Oz” |
La fuerte dependencia de unidades de reservistas, como la 99ª División y múltiples brigadas acorazadas, tiene un coste social y económico sostenido para Israel, ya que miles de ciudadanos son retirados de sus trabajos y familias por períodos prolongados. Además, la participación de unidades de élite de diferentes mandos regionales (Norte, Centro y Sur) demuestra la priorización absoluta de la campaña de Gaza, drenando recursos y personal de otras fronteras potencialmente volátiles.
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La fractura estratégica: gobierno frente a cúpula militar
Una de las características más alarmantes y definitorias del Plan Netanyahu es la profunda y pública fractura que ha creado entre el gobierno y la cúpula militar. El Jefe del Estado Mayor de las FDI, Teniente General Eyal Zamir, ha expresado repetidamente graves reservas sobre la estrategia de ocupación total. Según informes de medios israelíes y fuentes de seguridad, Zamir ha advertido al gabinete de seguridad que una incursión a gran escala en los centros urbanos restantes “arrastraría a Israel a un agujero negro” de insurgencia prolongada, atraparía a las tropas en un combate urbano letal, aumentaría drásticamente las bajas israelíes y, de manera crucial, pondría en grave peligro la vida de los rehenes restantes. La postura del ejército favorece operaciones más quirúrgicas y un aumento de la presión militar en zonas menos pobladas para obligar a Hamás a negociar, en lugar de una ocupación total que consideran inviable y contraproducente.
La respuesta del ala política del gobierno a estas advertencias profesionales ha sido de una hostilidad sin precedentes, llevando la tensión a un punto de ebullición. El hijo del primer ministro, Yair Netanyahu, llegó a acusar públicamente al Jefe del Estado Mayor de planear un “motín” y un “golpe militar”. De manera aún más directa, el Ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, exigió a Zamir que declarara públicamente su lealtad y su compromiso de cumplir las órdenes del gobierno “incluso si la decisión es ocupar Gaza”.
Esta división pública entre el poder político y el militar constituye una vulnerabilidad estratégica crítica para Israel. Socava la confianza en la cadena de mando, politiza decisiones que deberían basarse en evaluaciones de seguridad objetivas y expone al mundo las profundas contradicciones en los objetivos de la guerra. A pesar de las graves reticencias, el estamento militar, incluido el Ministro de Defensa, ha afirmado que, en última instancia, acatará las decisiones del gabinete elegido democráticamente. Sin embargo, la fractura sigue siendo una fuente de inestabilidad y un indicador de la naturaleza políticamente impulsada, y no estratégicamente sólida, del plan de ocupación.
Guerra tecnológica y ética: “Lavender” y “The Gospel”
Para ejecutar una campaña de bombardeos a una escala y velocidad sin precedentes, y posiblemente para eludir las limitaciones operativas señaladas por los mandos militares, las FDI han recurrido a sistemas de selección de objetivos basados en inteligencia artificial. Dos de estos sistemas han sido identificados: “The Gospel”, que se centra en identificar infraestructuras y edificios como objetivos militares, y “Lavender”, un sistema mucho más controvertido que identifica a individuos como objetivos para su eliminación.
Según investigaciones periodísticas basadas en testimonios de oficiales de inteligencia israelíes, el sistema Lavender ha funcionado como una “fábrica de asesinatos” en masa. El sistema analiza vastas cantidades de datos de vigilancia para asignar a casi todos los habitantes de Gaza una puntuación de probabilidad de ser un militante. En su punto álgido, Lavender generó una “lista de objetivos a eliminar” de hasta 37.000 palestinos, en su mayoría operativos de bajo rango. La supervisión humana de estas listas era mínima; según los informes, los oficiales dedicaban tan solo 20 segundos a cada objetivo, principalmente para confirmar que el objetivo marcado por la IA era un hombre, antes de autorizar un ataque aéreo. Esta práctica continuó a pesar de que se sabía que el sistema tenía una tasa de error de aproximadamente el 10%.
La doctrina de aplicación era aún más letal. El ejército autorizó previamente la muerte de entre 15 y 20 civiles como “daño colateral” aceptable por cada operativo de bajo rango marcado por Lavender. Para los comandantes de alto rango, esta cifra podía superar los 100 civiles. Además, los ataques se realizaban sistemáticamente contra los individuos en sus hogares, a menudo por la noche, con sus familias presentes, utilizando “bombas tontas” no guiadas para maximizar la “letalidad” y destruir todo el edificio.
Las implicaciones éticas y legales de esta automatización de la matanza son profundas. Desafía directamente los principios fundamentales del Derecho Internacional Humanitario (DIH), como la distinción, la proporcionalidad y la precaución. Organizaciones de derechos digitales como Access Now han acuñado el término “Inteligencia Artificial Genocida” para describir estas prácticas y han denunciado la posible complicidad de grandes empresas tecnológicas como Google y Amazon, que proporcionan servicios de computación en la nube al gobierno y al ejército israelíes a través de contratos como el “Proyecto Nimbus”. El uso de estos sistemas representa un nuevo y aterrador capítulo en la guerra moderna, donde las decisiones de vida o muerte se delegan en algoritmos con una supervisión humana meramente simbólica.
Análisis de impacto: consecuencias humanitarias y económicas
La estrategia delineada en el Plan Netanyahu va más allá de la dimensión militar; su implementación conlleva una estrategia económica que puede ser interpretada como una forma de guerra por otros medios. Al provocar el colapso total de la economía de Gaza y mantener un control estricto sobre la entrada de ayuda humanitaria, Israel no solo está exacerbando una catástrofe humanitaria, sino que también está creando una situación de dependencia total que puede ser utilizada como una poderosa palanca de control a largo plazo. La crisis económica resultante para Israel, aunque significativa en términos de carga presupuestaria y coste de vida para sus ciudadanos, es manejable dentro de su robusta economía. En contraste, la crisis en Gaza es existencial, implicando el borrado casi completo de su base productiva y la capacidad de su población para subsistir. Esta asimetría económica no es un mero “daño colateral”, sino que parece ser una herramienta estratégica deliberada, una política de “privación calibrada” diseñada para subyugar a la población y facilitar una ocupación indefinida basada en el control de los recursos más básicos para la supervivencia.
La profundización de la catástrofe humanitaria
La implementación del plan de ocupación de la Ciudad de Gaza agravará una situación humanitaria que ya ha sido descrita por las agencias de la ONU y organizaciones no gubernamentales como apocalíptica. El plan contempla el desplazamiento forzado de al menos 800.000 palestinos adicionales desde la Ciudad de Gaza y sus alrededores, quienes se sumarían a los casi dos millones de personas ya desplazadas internamente en la Franja, la mayoría de las cuales se refugian en condiciones inhumanas en el sur. Las Naciones Unidas han advertido repetidamente que una operación de esta magnitud tendrá “consecuencias catastróficas” para la población civil.
La hambruna, ya presente en partes de Gaza, se intensificará. Informes de Oxfam, la ONU y otras agencias describen una política deliberada de inanición, implementada a través de la destrucción sistemática de tierras agrícolas y activos pesqueros, el bloqueo casi total de la ayuda comercial y humanitaria, y ataques mortales contra civiles que buscan alimentos en los puntos de distribución. El sistema de distribución de ayuda respaldado por Israel, conocido como Gaza Humanitarian Fund (GHF), ha sido criticado por integrar el control de alimentos en la estrategia militar, utilizando puntos de control biométricos y convirtiendo la ayuda en un arma de control poblacional.
El sistema sanitario de Gaza ha colapsado por completo. La mayoría de los hospitales están fuera de servicio debido a los bombardeos, la falta de combustible y suministros médicos. El impacto psicológico de la guerra, especialmente en la infancia, es incalculable. UNICEF informa de que hay más de 20.000 niños huérfanos o separados de sus familias. Los niños supervivientes sufren traumas extremos, ansiedad constante, pesadillas y retraimiento social, en lo que una psicóloga de UNICEF ha descrito como una “catástrofe humanitaria a nivel mundial” para la salud mental infantil. Organizaciones como Save the Children han documentado la muerte de más de 14.100 niños en el primer año del conflicto, mientras que Oxfam afirma que el número de mujeres y niños asesinados por el ejército israelí en Gaza no tiene precedentes en los conflictos recientes. Más de 100 ONGs internacionales han emitido un llamamiento conjunto advirtiendo sobre la inanición masiva y la necesidad urgente de un alto el fuego y acceso humanitario sin restricciones.
El costo económico: un análisis comparado
El impacto económico del conflicto ilustra una asimetría devastadora. Mientras que para Israel el coste es una pesada carga presupuestaria que afecta a su economía, para Gaza representa la aniquilación casi total de su existencia económica. La siguiente tabla compara los indicadores clave para ambas entidades, poniendo de relieve la disparidad de las consecuencias.
Indicador | Gaza | Israel |
Contracción del PIB (Anual 2023) | -22.6% (con una caída del 81% en el T4) | Crecimiento ralentizado |
Tasa de Desempleo (Principios 2024) | 81.7% | Aumento debido a la movilización de reservistas |
Población en Pobreza | Casi 100% | Aumento de la crisis del costo de vida |
Costo de Reconstrucción Estimado | > $52 mil millones | N/A |
Costo Directo de la Guerra (Estim. 2023-25) | N/A (Destrucción de la economía) | ~$55.6 mil millones |
Déficit Presupuestario (% PIB 2024) | N/A (Colapso del gobierno) | 6.8% |
Deuda Pública (% PIB 2024) | N/A (Colapso) | Aumento de ~60% a >69% |
Pérdida de Ingresos Laborales Diarios | ~$25.5 millones (en Cisjordania) | N/A |
Para la economía palestina, la guerra ha significado un retroceso de décadas. El PIB de Gaza se desplomó un 81% en el último trimestre de 2023, y para mediados de 2024, la economía del enclave se había reducido a menos de una sexta parte de su tamaño en 2022. La tasa de desempleo en Gaza alcanzó un catastrófico 81.7% a principios de 2024, con la pérdida de dos tercios de todos los puestos de trabajo. La pobreza afecta ahora a casi toda la población, que ya dependía en un 80% de la ayuda internacional antes de la guerra. El costo estimado para la reconstrucción de la infraestructura física supera los 52.000 millones de dólares.
Para Israel, la guerra también tiene un alto precio económico. El Banco de Israel estimó que los costos directos del conflicto para el período 2023-2025 podrían alcanzar los 55.600 millones de dólares, equivalentes a cerca del 10% de su PIB. Esto ha llevado a un aumento significativo del gasto militar y a la implementación de medidas de austeridad. El déficit presupuestario se disparó al 6.8% del PIB en 2024, y se espera que la ratio deuda/PIB supere el 69%. El gobierno ha aprobado un presupuesto para 2025 que incluye aumentos de impuestos y recortes en servicios para financiar el esfuerzo bélico, lo que ha provocado una crisis del costo de vida para los ciudadanos israelíes. De manera controvertida, en medio de estos recortes, el presupuesto sigue asignando miles de millones de séqueles a “fondos de la coalición”, dádivas políticas destinadas a los partidos de extrema derecha y ultraortodoxos para financiar sus causas, como la expansión de los asentamientos en Cisjordania, en lugar de destinarlos al crecimiento económico o al bienestar general.
Repercusiones geopolíticas y legales
El plan de Netanyahu para ocupar la Ciudad de Gaza, lejos de aislar a Hamás y reforzar la seguridad de Israel, está logrando el efecto contrario: está aislando a Israel en la escena mundial. La estrategia de fuerza máxima, caracterizada por una destrucción a gran escala y una catástrofe humanitaria, está alienando incluso a sus aliados occidentales más tradicionales y, al mismo tiempo, activando a una red de actores regionales hostiles. Esta dinámica está transformando un conflicto, que Israel intentaba gestionar localmente, en un punto de inflamación global con consecuencias directas y tangibles para la estabilidad regional y la economía mundial. La ofensiva no solo se libra en las calles de Gaza, sino también en los pasillos del Consejo de Seguridad de la ONU, en las rutas marítimas del mar Rojo y en las salas de la Corte Internacional de Justicia.
Reacciones internacionales y aislamiento diplomático
La aprobación del plan de ocupación provocó una ola de condena internacional casi unánime. Aliados clave como el Reino Unido calificaron la decisión de “errónea” e instaron a Israel a reconsiderarla de inmediato, advirtiendo que solo provocaría más derramamiento de sangre sin lograr la liberación de los rehenes. Potencias regionales e internacionales como Turquía y Rusia emitieron condenas aún más enérgicas, calificando el plan de “genocida” y de ser una “muy mala decisión” que viola flagrantemente las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el conflicto. Países europeos como Eslovenia y Bélgica, así como naciones árabes como Jordania y Arabia Saudita, se sumaron al coro de rechazo, denunciando el plan como una continuación de la “limpieza étnica” y una grave amenaza para la paz y la seguridad internacionales. La propia Autoridad Palestina lo describió como un “crimen absoluto”.
La postura de Estados Unidos, el aliado más crucial de Israel, ha sido notablemente ambivalente. Por un lado, la administración Biden reafirma retóricamente su apoyo a una solución de dos estados y ha expresado públicamente su alarma por la crisis humanitaria. Por otro lado, ha continuado proporcionando un apoyo militar y diplomático casi incondicional, vetando resoluciones de alto el fuego en el Consejo de Seguridad y acelerando las transferencias de armas. Sin embargo, existen claras señales de tensión. Washington ha evitado respaldar explícitamente la ocupación total de Gaza y ha presionado a Israel para que permita una mayor entrada de ayuda humanitaria, aunque con resultados limitados sobre el terreno. Este equilibrio precario refleja la dificultad de Washington para conciliar su alianza estratégica con Israel con sus objetivos diplomáticos más amplios y la creciente presión de la opinión pública internacional. Análisis del Council on Foreign Relations (CFR) destacan esta tensión inherente en la política estadounidense, que se debate entre el apoyo a corto plazo a las acciones de Israel y la preservación de la viabilidad de una paz a largo plazo.
Inestabilidad regional: el “eje de la resistencia” y la crisis del mar Rojo
La guerra en Gaza ha activado de forma contundente a la red de milicias y actores no estatales alineados con Irán, conocida como el “Eje de la Resistencia”. Entre ellos, los hutíes de Yemen han emergido como un actor disruptivo a nivel global. En una clara muestra de solidaridad con los palestinos y como respuesta directa a la ofensiva israelí en Gaza, los hutíes declararon un bloqueo a la navegación vinculada a Israel en el mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb, una de las arterias comerciales más importantes del mundo.
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El impacto en la seguridad marítima y el comercio global ha sido inmediato y severo. Los ataques con misiles y drones han obligado a las principales compañías navieras a desviar sus buques, evitando el Canal de Suez y optando por la ruta mucho más larga y costosa alrededor del Cabo de Buena Esperanza en África. Según análisis de la industria, como los de Lloyd’s List, el tráfico de contenedores a través del mar Rojo se ha reducido en más de un 50% desde el inicio de la crisis. Esto ha provocado un aumento drástico de los tiempos de tránsito (hasta un 47% en rutas clave de Asia a la costa este de EE. UU.), un incremento de los costos de flete y un alza en las primas de los seguros de guerra para los buques que se atreven a transitar la zona. Esta crisis, directamente vinculada a la situación en Gaza, demuestra cómo el conflicto ha trascendido sus fronteras geográficas para convertirse en una amenaza tangible para la economía mundial.
El plan bajo el escrutinio del derecho internacional
Desde una perspectiva legal, el plan de Netanyahu y las acciones militares asociadas han sido objeto de un intenso escrutinio por presuntas violaciones graves del Derecho Internacional Humanitario (DIH). Como potencia ocupante de Gaza, una condición que Israel mantiene según el derecho internacional a pesar de su retirada de 2005 debido a su control efectivo sobre las fronteras, el espacio aéreo y el registro de población, Israel tiene obligaciones específicas en virtud de los Convenios de Ginebra y La Haya.
Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han documentado exhaustivamente lo que consideran crímenes de guerra cometidos por las fuerzas israelíes. Estos incluyen:
- Violación del principio de distinción: A través de ataques indiscriminados contra zonas civiles densamente pobladas y la destrucción de infraestructura civil, como hospitales, escuelas, universidades y lugares de culto, sin una justificación militar aparente.
- Violación del principio de proporcionalidad: El uso de armamento pesado y bombas no guiadas de gran potencia (como las de 2.000 libras) en barrios residenciales, causando un número de víctimas civiles que se considera excesivo en relación con cualquier ventaja militar directa y concreta prevista.
- Castigo colectivo: El asedio total impuesto a Gaza, que restringe la entrada de alimentos, agua, combustible y medicinas, es ampliamente considerado una forma de castigo colectivo contra los 2.2 millones de habitantes de la Franja, lo cual está explícitamente prohibido por el DIH.
- Uso del hambre como arma de guerra: La destrucción deliberada de la capacidad de producción de alimentos de Gaza y el bloqueo de la ayuda humanitaria han sido calificados por expertos de la ONU y ONGs como el uso intencional del hambre como método de guerra, un grave crimen de guerra.
Más allá de los crímenes de guerra, Israel enfrenta una acusación de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), presentada por Sudáfrica y respaldada por varios otros países. El caso se basa no solo en los actos cometidos sobre el terreno (asesinatos, daños graves, imposición de condiciones de vida calculadas para provocar la destrucción física), sino también en la evidencia de “intención genocida” (dolus specialis). Esta intención se infiere de la retórica deshumanizante y abiertamente genocida empleada por altos funcionarios del gobierno y el ejército israelí, quienes han descrito a los palestinos como “animales humanos” y han llamado a la destrucción total, afirmando que “no habrá electricidad, ni comida, ni combustible, todo está cerrado”. La CIJ ya ha emitido medidas provisionales ordenando a Israel que prevenga actos de genocidio y permita la entrada de ayuda humanitaria, aunque la implementación de estas medidas ha sido ampliamente cuestionada.
El análisis exhaustivo del “Plan Netanyahu” para Gaza revela una estrategia fundamentalmente fallida, concebida no desde una lógica de seguridad sostenible, sino desde los imperativos de la supervivencia política interna. Es un plan plagado de contradicciones, que promete la liberación de rehenes a través de acciones que los ponen en un peligro mortal y que aspira a una “victoria total” en un escenario donde una victoria militar clara es inalcanzable. Sus resultados más probables no son la paz ni la seguridad para Israel, sino una ocupación militar indefinida, costosa en vidas y recursos; una insurgencia endémica alimentada por la desesperación y la destrucción; una catástrofe humanitaria permanente que manchará la conciencia global; y un aislamiento internacional cada vez más profundo que erosionará la posición estratégica de Israel a largo plazo. El futuro que se perfila a partir de este plan es sombrío. El escenario más probable es un atolladero prolongado, en el que Israel ocupa partes de Gaza pero se enfrenta a una guerra de guerrillas constante, una crisis humanitaria que es incapaz de gestionar y una presión internacional incesante, sin lograr ninguno de sus objetivos declarados.
Un segundo escenario, más peligroso, es el de una escalada regional, donde la continuación de la ofensiva y la creciente frustración de los actores regionales podrían provocar una intervención más directa de Hezbolá o un conflicto más amplio que involucre a Irán, con consecuencias devastadoras para todo Oriente Medio. Un tercer escenario, quizás el más esperanzador, es el de un colapso del gobierno y una reevaluación estratégica, donde la combinación de la presión interna —económica, social y de las familias de los rehenes— y el aislamiento externo conduzca a la caída de la coalición de Netanyahu, abriendo la puerta a un nuevo liderazgo que podría abandonar esta estrategia autodestructiva y buscar una salida negociada. Ante esta encrucijada, la inacción de la comunidad internacional no es una opción neutral; equivale a una aquiescencia en la catástrofe.
Se proponen las siguientes recomendaciones estratégicas dirigidas a los actores internacionales con capacidad de influencia:
- Presión para un alto el fuego inmediato y sostenible: Es imperativo utilizar todas las palancas diplomáticas y económicas disponibles. Esto debe incluir la consideración de la suspensión de transferencias de armas a Israel mientras exista un riesgo primordial de que se utilicen para cometer graves violaciones del derecho internacional, como han solicitado Human Rights Watch y otras organizaciones.
- Establecimiento de un corredor humanitario robusto y neutral: Se debe exigir un acceso humanitario masivo, sin restricciones y seguro a todas las partes de Gaza. Este esfuerzo debe ser gestionado por agencias de la ONU y organizaciones humanitarias neutrales, desvinculando por completo la distribución de la ayuda de la estrategia militar israelí para evitar su instrumentalización como arma de guerra.
- Apoyo activo a un marco de gobernanza palestino: La comunidad internacional debe rechazar el vacío de poder deliberadamente creado por Israel. Es crucial apoyar activamente la formación de un gobierno tecnocrático palestino unificado, respaldado por el “Plan Árabe” de reconstrucción, como la única alternativa viable a la ocupación militar o al caos. Esto requiere presionar a Israel para que abandone su veto a la Autoridad Palestina y se comprometa con un horizonte político creíble.
- Exigencia de rendición de cuentas: Para romper el ciclo de violencia e impunidad, es esencial apoyar activamente las investigaciones de la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional sobre los presuntos crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, incluido el genocidio, cometidos por todas las partes en el conflicto. La justicia no es un obstáculo para la paz, sino una condición necesaria para ella.