Presidente y El Búho: Los narco himnos que encendieron Texcoco

Luis R. Conriquez no cantó los narcocorridos “Presidente” y “El Búho” y desató caos en Texcoco. ¿Qué dicen realmente estas polémicas canciones?

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Luis R. Conriquez no cantó los narcocorridos “Presidente” y “El Búho” y desató caos en Texcoco. ¿Qué dicen realmente estas polémicas canciones?

El concierto que encendió la mecha

Era la madrugada del 12 de abril de 2025 cuando lo que debía ser una noche de fiesta en el Palenque de la Feria de Texcoco se convirtió en un campo de batalla. Luis R. Conriquez, uno de los máximos exponentes del regional urbano, anunció que no interpretaría corridos que hicieran apología del crimen organizado. En segundos, la euforia del público se tornó en furia.

La razón: los asistentes querían escuchar dos canciones en particular “Presidente” y “El Búho”, narcocorridos que han escalado en popularidad en plataformas digitales, pero también en controversia. Ambos temas están impregnados de narrativas que glorifican el tráfico de drogas, la violencia, y figuras reales del crimen organizado.

¿Por qué “Presidente” encendió las alarmas?

Un corrido con nombres y apellidos

El tema Presidente no es cualquier canción. Interpretada por una constelación de artistas del regional tumbado, Natanael Cano, Luis R. Conriquez, Gabito Ballesteros y Neton Vega se ha convertido en un himno oscuro dentro del repertorio actual.

Desde sus primeras líneas, la letra alude directamente a Juan Carlos Valencia González, alias “03” o “El R-3”, líder del CJNG, y a Nemesio Oseguera, “El Mencho”. Ambas figuras están señaladas por autoridades nacionales e internacionales como cabecillas de una de las organizaciones criminales más violentas del hemisferio.

“A la orden del Tres / Y también del M”

—Fragmento de Presidente

Estas menciones no son sutiles. Están acompañadas por descripciones de operaciones internacionales de tráfico de cocaína, transporte de armas desde Rusia, y uso de plataformas como Telegram para mover mercancía ilícita. Todo bajo un halo de lujo desmedido: Bugattis, Versace, OnlyFans y drogas sintéticas.

¿Estética o apología?

Para muchos, esta narrativa es parte de una estética musical. Para las autoridades del Estado de México, cruzó una línea. La decisión de censurarla fue clara: evitar glorificar estructuras delictivas reales, especialmente en espacios masivos.

“El Búho”: el corrido desde las calles

De Tijuana a San Diego, un trayecto narrado

A diferencia del Presidente, El Búho tiene una mirada más íntima y operativa del narco. En él, Luis R. Conriquez se pone en la piel de un joven fronterizo, curtido en el crimen, que justifica su vida fuera de la ley como única salida a la pobreza.

“Preferí las calles en vez de estudiarle / Me gustó el refuego que pueden contarme”

—Fragmento de El Búho

El personaje central, El Búho de Tijuana, narra sus vínculos con el trasiego de droga a EE. UU., menciona contactos (“el Cinco, el Dos y el Once”) y hasta su aparición en medios como el semanario Zeta, que en la vida real investiga redes criminales.

Aunque no menciona cárteles directamente, los códigos son entendidos por el público. La figura del narco no aparece como villano, sino como sobreviviente con códigos, lealtades y estrategia.

Texcoco: el epicentro de un debate nacional

De la censura a la furia colectiva

Cuando Luis R. Conriquez informó que no cantaría esos temas, la reacción fue inmediata: gritos, abucheos, botellas volando hacia el escenario, agresiones al staff y la destrucción de equipo valuado en más de 4 millones de pesos, según su representante Freddy Pérez.

La orden vino del Gobierno del Estado de México, en un “exhorto” de última hora. “Querían escucharlo con los corridos famosos. La respuesta del público fue lo que nos sorprendió mucho”, declaró el alcalde de Texcoco, Nazario Gutiérrez Martínez, al periodista Joaquín López-Dóriga.

Luis R. trató de calmar a su público desde el escenario:

“Es una ley que se tiene que respetar. Yo también me siento mal por no cantarles lo que ustedes quieren escuchar”.

Pero ya era tarde. La decisión legal, preventiva, simbólica había tocado una fibra emocional en una audiencia que no solo escucha narcocorridos: los vive, los siente como propios, los exige.

La batalla cultural detrás de los narcocorridos

¿Libertad de expresión o apología del delito?

El caso Texcoco no es aislado. En 2025, varios estados mexicanos como Nayarit, Baja California, Chihuahua y Quintana Roo han adoptado políticas restrictivas contra la interpretación pública de narcocorridos y corridos tumbados. Las sanciones pueden incluir desde multas hasta cárcel.

La Secretaría de Seguridad del Estado de México advirtió días antes del concierto que:

“Cualquier espectáculo que haga apología de la violencia, exaltación de criminales o consumo de drogas será sancionado”.

Al mismo tiempo, el gobierno federal busca alternativas culturales. La presidenta Claudia Sheinbaum lanzó un concurso binacional de música “por la paz y contra las adicciones”, dirigido a jóvenes de México y EE. UU., como estrategia para competir narrativamente con el poder de los narcocorridos.

Plataformas digitales: el nuevo escenario del narco pop

YouTube, Spotify y Telegram como escaparate

Ambas canciones, Presidente y El Búho, no necesitan la radio para tener impacto. Su hábitat natural es Spotify, YouTube, TikTok y hasta grupos privados en Telegram.

  • En YouTube, Presidente superó los 30 millones de reproducciones en cuatro meses
  • El Búho acumula más de 12 millones en Spotify
  • Los hashtags relacionados con los personajes mencionados están activos en TikTok

En este entorno, la censura local parece limitada frente a una distribución global e incontrolable, donde el algoritmo manda y la legalidad es difusa.

¿Qué viene después de Texcoco?

¿Censura, regulación o resignificación?

El caso Texcoco abre un dilema nacional:
¿Cómo gestionar un fenómeno cultural profundamente arraigado sin caer en la censura?

Para unos, los narcocorridos son reflejo de una realidad que no se puede ocultar. Para otros, son una narrativa peligrosa que normaliza el crimen y glorifica a los verdugos.

La respuesta no será fácil. Pero lo que es claro es que el público no está dispuesto a quedarse callado.

Presidente y El Búho no son solo canciones. Son síntomas de una sociedad que baila al ritmo de sus propias contradicciones. La censura puede apagar los micrófonos en un palenque, pero no silencia a millones de jóvenes que encuentran en esos versos una representación torcida o no de sus aspiraciones y realidades.

¿Estamos ante una guerra cultural? ¿O simplemente ante el reflejo de un país que aún no sabe cómo narrarse sin violencia?

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