Semana Santa en Iztapalapa revive la Pasión de Cristo con fe, cultura y comunidad. Una tradición viva que trasciende lo religioso y emociona.
La Semana Santa en Iztapalapa no es solo un acto religioso: es un ritual colectivo que transforma calles, memorias y generaciones.
La Pasión que transforma a Iztapalapa cada año
Cada Jueves Santo, las calles de Iztapalapa se convierten en un escenario vivo. La representación de la Pasión de Cristo, con más de 180 años de historia, convoca a miles de personas que no solo observan, sino participan, sienten y reviven cada paso del calvario como propio.
Este año, desde las 15:00 horas, el sonido de las trompetas marcó el inicio de un recorrido de más de 10 kilómetros por los ocho barrios originarios: San Lucas, San Pablo, San Pedro, San José, Asunción, Santa Bárbara, San Ignacio y San Miguel.
Un ritual de comunidad, más allá de la religión
Escenario de fe y pertenencia
Lo que distingue esta representación es que no se limita al simbolismo religioso. Es una puesta en escena que fusiona identidad barrial, herencia cultural y tejido comunitario.
Las casas se convierten en altares, las calles en templos y los vecinos en actores del tiempo. Todo Iztapalapa se organiza, se involucra y, de alguna manera, se transforma.
Una tradición que se ensaya
Desde el Segundo Callejón Aztecas, en la colonia Asunción, parte la comitiva. Allí está la “casa de los ensayos”, santuario laico donde se prepara todo. Más que un espacio actoral, es un taller de emociones, un punto de encuentro entre generaciones.
Niños, adultos y ancianos se visten de romanos, nazarenos o soldados. Las túnicas púrpuras, los cascos dorados, las coronas de espinas, todo habla de una preparación que empieza meses antes.
Niñez, memoria y enseñanza: la voz de Emmanuel
Uno de los momentos más conmovedores de este Jueves Santo fue el testimonio del pequeño Emmanuel Yllescas, de apenas 10 años, quien participó por primera vez como nazareno.
“Mi abuelito falleció hace cuatro años. Él me enseñó a tener fe y a portarme bien con los demás”, dijo con serenidad.
Este tipo de relatos reflejan cómo la tradición no solo se hereda, se vive y se honra. Emmanuel no sólo porta una túnica: lleva sobre sus hombros el legado familiar, la historia de su barrio y el orgullo de su comunidad.
Calles vivas: colores, calor y corazones unidos
Escenografía urbana con alma
Cada cuadra parece parte de un set de película. Guirnaldas blancas y moradas, puertas adornadas, altares improvisados, bancos en banquetas: todo cuidadosamente dispuesto.
Desde las azoteas, con sombrillas en mano, o a pie de calle, los asistentes buscan capturar un instante de ese universo simbólico.
Entre paletas, sombreros y celulares
El sol no dio tregua. El calor fue intenso. Sombreros de palma, paraguas floridos y botellas de agua vacías eran parte del paisaje.
Mientras tanto, los niños pedían paletas, y los adultos trataban de encontrar un poco de sombra. El olor a establo, los gritos, la música, los redobles, todo contribuía a esa sensación de estar dentro de una película bíblica.
El pueblo que honra a sus caídos
Uno de los momentos más íntimos y poderosos fue la ceremonia donde se nombró a actores y vecinos fallecidos.
Por cada nombre mencionado, la multitud respondió con un fuerte y unísono “¡Presente!”. Fue una mezcla de ritual civil y espiritual. Una manera de decir que nadie se va del todo mientras se le recuerde.
Más que devoción: una pedagogía colectiva
Noemí, la voz de la resistencia cultural
Entre los asistentes estaba Noemí Castro, una mujer en silla de ruedas que resume en una frase la esencia de esta representación:
“Venir a ver la Pasión no es cuestión de fe nada más. Es una forma de mostrar que en Iztapalapa hay cultura, hay memoria, hay resistencia.”
Estas palabras no son casuales. Reflejan cómo esta tradición actúa como escuela viva de valores, disciplina, trabajo colectivo y expresión artística.
El antesala al Viacrucis: tan simbólico como el final
Aunque el emblemático Viacrucis en el Cerro de la Estrella se realiza cada Viernes Santo, el Jueves es ya una obra en sí misma.
Este año, más de 2 millones de asistentes y 14 mil elementos de seguridad dieron cuenta de su magnitud. La representación no es improvisada: es un proyecto de barrio, una obra comunitaria con dirección, ensayo, logística y alma.
Iztapalapa no solo representa la Pasión de Cristo: la encarna, la transforma y la comparte con el mundo. Cada niño como Emmanuel, cada voz que grita “¡presente!”, cada altar en la calle, habla de una cultura que no se rinde ni se olvida.¿Puede una representación cambiar la percepción de un lugar? En Iztapalapa, la respuesta es sí. Aquí, cada Semana Santa, la historia no se recuerda: se revive. Y con cada paso, se escribe otra página de un pueblo que sigue latiendo con fuerza, fe y orgullo.