I. El Evento Nexus
El 15 de noviembre de 2025, el continuum de la protesta social mexicana sufrió una fractura espectacular. Lo que comenzó como un legítimo grito ciudadano post-Uruapan (el asesinato del alcalde Carlos Manzo, la metáfora de la “muerte del Estado”) terminó siendo reencuadrado por el aparato oficial como un simulacro de golpe de Estado.
El evento Nexus es la violencia quirúrgica del “Bloque Negro”.
El Observador no necesita microscopios para ver la asimetría de esta crónica. Mientras la marea civil de la “Generación Z” —desorganizada, vulnerable— era canalizada a través de un “embudo táctico” diseñado por la policía capitalina (5 de Mayo), se permitía a las vanguardias encapuchadas equipadas con mazos y sopletes orquestar la coreografía de la violencia cinética frente a Palacio Nacional.
Para el discurso dominante de la Cuarta Transformación, la justificación es limpia, aunque cínica: el Bloque Negro no es una anomalía, sino una variante externa. Es la prueba viviente de los 90 millones de pesos de la “ultraderecha” internacional (Atlas Network, estrategas argentinos y españoles) destinados a desestabilizar la nación. La destrucción no es represión, es defensa del régimen ante el financiamiento extranjero. Y por si fuera poco, la ausencia total del Bloque Negro tres semanas después, en el festejo masivo del 6 de diciembre, es presentada como la demostración irrefutable de que solo atacan a la izquierda. Una justificación perfecta: el caos es culpa del enemigo, y la paz es mérito del patrón.
II. El Eco del Pasado
La hemeroteca, esa cruel villana que persigue a todo político que prueba las mieles del poder, ha activado una alarma de retroceso que resuena hasta los años setenta.
El núcleo fundacional del movimiento que hoy condena al Bloque Negro y sus presuntos financistas internacionales fue construido, precisamente, sobre la denuncia de la violencia institucional. En una línea temporal lejana, cuando el actual oficialismo era la disidencia, el grito más potente era contra los Halcones: grupos paramilitares financiados o tolerados por el Estado para reventar marchas, deslegitimar el derecho a la protesta y crear un ambiente de terror que justificara la mano dura.
El mantra era claro: un gobierno democrático jamás instrumentaliza la violencia para reprimir o desacreditar al pueblo. La denuncia de la falsa bandera era una herramienta moral y política esencial. La 4T se elevó a la categoría de gobierno ético prometiendo que el espacio público no sería una trampa, que la protesta sería sagrada y que los porros mercenarios serían desmantelados y castigados, sin excepción.
Hoy, la impunidad crónica del Bloque Negro, que aparece y desaparece con precisión de relojero táctico (violento el 15N contra opositores, invisible el 6D con aliados), no solo contradice esa promesa, sino que clona la táctica del pasado condenado. Lo que antes era un crimen de Estado priista, hoy, bajo un nuevo nombre, es un “golpe blando” de la oposición. El nexo se ha roto; la filosofía cambió al cruzar la puerta de Palacio.
III. La Divergencia (El “What If”)
Imaginemos que el multiverso se rompe y la 4T cumple su palabra histórica.
En esta realidad alterna, la entidad neutral “El Observador” documentaría el 15 de noviembre bajo un principio de coherencia política.
Si la hemeroteca gobernara, la instrucción policial para el 15N habría sido idéntica a la del 6D: paz preventiva. El gobierno, en lugar de crear un “embudo” (el diseño ideal para el choque), habría facilitado accesos, desplegado cordones de paz ciudadanos (no policiales) y, sobre todo, habría actuado con inteligencia forense para desmantelar la estructura logística del Bloque Negro antes, durante y después del evento, sin usar a manifestantes pacíficos como “chivos expiatorios”.
El resultado de esta divergencia sería brutalmente honesto: sin la distracción del caos, la narrativa del lunes 17 de noviembre no se centraría en los “vándalos golpistas,” sino en el asesinato del alcalde Manzo y la incapacidad real del Estado para garantizar la seguridad. El foco del debate sería la estadística de inseguridad que el gobierno se esfuerza por negar, obligando a la presidenta a enfrentar la crisis de Michoacán sin su escudo mediático favorito. La protesta mantendría su legitimidad y la ciudadanía moderada no se inhibiría, al no tener que pasar por una zona de guerra para ejercer sus derechos.
IV. El Colapso
Pero volvemos a esta línea temporal, donde la utilidad política siempre supera a la coherencia ideológica.
El contraste entre el caos conveniente del 15 de noviembre y la paz obligatoria del 6 de diciembre es la prueba irrefutable de que el Bloque Negro es un activo fungible; no importa quién financie la campaña digital, lo que importa es quién controla el switch para encender o apagar la violencia en el Zócalo. La logística policial, el “embudo táctico”, la impunidad selectiva de sus líderes, todo apunta a una tolerancia calculada.
El Observador concluye que la mayor traición de la 4T a su propia historia no es haber fracasado en la seguridad, sino haber adoptado la misma herramienta de represión que juraron combatir. En el fondo, el Bloque Negro se ha convertido en la nueva versión de los Halcones, pero con una sofisticación posmoderna: ya no solo disuelven marchas; ahora, las disuelven y a la vez desacreditan a los manifestantes ante la opinión pública.
El mayor enemigo del político actual no es la oposición; es la hemeroteca, y en el caso de la 4T, su archivo ha quedado definitivamente manchado por el cinismo de la violencia selectiva. El poder no cambia la moral, solo redefine quién es el “pueblo” y quién es el “enemigo” que merece ser reventado.




